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    Miguel Hernández Gilabert

    Sentado sobre los muertos

    Sentado sobre los muertos
    que se han callado en dos meses,
    beso zapatos vacíos
    y empuño rabiosamente
    la mano del corazón
    y el alma que lo mantiene.

    Que mi voz suba a los montes
    y baje a la tierra y truene,
    eso pide mi garganta
    desde ahora y desde siempre.

    Acércate a mi clamor,
    pueblo de mi misma leche,
    árbol que con tus raíces
    encarcelado me tienes,
    que aquí estoy yo para amarte
    y estoy para defenderte
    con la sangre y con la boca
    como dos fusiles fieles.

    Si yo salí de la tierra,
    si yo he nacido de un vientre
    desdichado y con pobreza,
    no fue sino para hacerme
    ruiseñor de las desdichas,
    eco de la mala suerte,
    y cantar y repetir
    a quien escucharme debe
    cuanto a penas, cuanto a pobres,
    cuanto a tierra se refiere.

    Ayer amaneció el pueblo
    desnudo y sin qué ponerse,
    hambriento y sin qué comer,
    el día de hoy amanece
    justamente aborrascado
    y sangriento justamente.
    En su mano los fusiles
    leones quieren volverse
    para acabar con las fieras
    que lo han sido tantas veces.

    Aunque le falten las armas,
    pueblo de cien mil poderes,
    no desfallezcan tus huesos,
    castiga a quien te malhiere
    mientras que te queden puños,
    uñas, saliva, y te queden
    corazón, entrañas, tripas,
    cosas de varón y dientes.
    Bravo como el viento bravo,
    leve como el aire leve,
    asesina al que asesina,
    aborrece al que aborrece
    la paz de tu corazón
    y el vientre de tus mujeres.
    No te hieran por la espalda,
    vive cara a cara y muere
    con el pecho ante las balas,
    ancho como las paredes.

    Canto con la voz de luto,
    pueblo de mí, por tus héroes:
    tus ansias como las mías,
    tus desventuras que tienen
    del mismo metal el llanto,
    las penas del mismo temple,
    y de la misma madera
    tu pensamiento y mi frente,
    tu corazón y mi sangre,
    tu dolor y mis laureles.
    Antemuro de la nada
    esta vida me parece.

    Aquí estoy para vivir
    mientras el alma me suene,
    y aquí estoy para morir,
    cuando la hora me llegue,
    en los veneros del pueblo
    desde ahora y desde siempre.
    Varios tragos es la vida
    y un solo trago es la muerte.




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