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    Antonio Ros de Olano

    El conde don Julián

    Dentro el alcázar de doblado muro,
    frontero al campo de Tarik, leía
    en letra de Florinda, y repetía,
    aún de sus mismos ojos mal seguro:

    «Cerró mi boca con su labio impuro...
    ¡Hembra débil, su fuerza me oprimía!
    Por vos fiada a quien su guarda os fía,
    mi afrenta acusa al forzador perjuro...»

    Y, al sacudir la gótica melena,
    león que yerra el salto carnicero,
    subió al adarbe, descolló en la almena;

    Padre ofendido, desciñó el acero;
    tendió la puente; y la cristiana arena
    manchó la planta del traidor primero.




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