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    Antonio Trueba

    El ramo del soldado

    I

    «Un soldado me dio un ramo,
    yo le recibí con pena»
    porque quien prenda recibe
    se obliga a dar otra prenda.
    ¡Ay! las encinas del valle
    vieron durante una siesta
    que en vano a esta ley tirana
    opuse mi resistencia.
    Un sabio refrán nos dice:
    «dádivas quebrantan peñas»
    y... ¡no es mucho que quebranten
    corazoncitos de cera!
    ¡Pobre de mí cuando el cura
    se lo confiese en la iglesia!
    ¡Pobre de mí si lo saben
    mi madre y mis compañeras,
    que en dádivas de soldado
    no fía ninguna de ellas!
    El domingo por la tarde,
    en el baile de las eras,
    mis compañeras cantaban
    al son de la pandereta
    que de mano del soldado
    nunca vino cosa buena
    .

    II

    Busco paz en el sueño
    y si duermo, duermo inquieta...
    ¡Ay triste de mí si entonces
    mi madre al lecho se acerca,
    porque le diré dormida
    lo que le callo despierta!
    En vano con mi ignorancia
    disculparé mi flaqueza,
    que mi madre muchas veces
    me dijo, al ver mi inocencia:
    «Lucero de la mañana,
    sol de mis ojos, mi prenda,
    si el aliento de los hombres
    nunca empaña tu pureza,
    tú serás siempre el espejo
    donde tu madre se vea.
    Un soldado te da flores
    y tú, niña, las aceptas
    sin saber que flores pide
    quien da flores a doncellas...
    Ídolo del alma mía,
    nunca admitas sus ofertas,
    que de mano del soldado
    nunca vino cosa buena

    III

    Apenas despunta el alba,
    como el amor me desvela,
    me voy con mi cantarito
    a coger agua serena...
    ¡Ay cómo cantan las aves!
    ¡Ay cómo el aura refresca!
    ¡Ay cómo huelen las flores!
    ¡Ay cómo todo se alegra!
    Mi corazón solamente
    está lleno de tristeza,
    pues al despuntar el alba
    como durante la siesta,
    ya ¡nadie me ofrece ramos
    de flores en la arboleda!
    Una corona de flores
    ofrezco a la Magdalena
    si en mi ceguedad me guía,
    porque de amor estoy ciega!
    Llorando paso los días,
    llorando la noche entera
    y al verme llorando siempre
    mi madre se desconsuela...
    ¡Pobre madre, pobre madre,
    bien dijiste, verdad era
    que de mano del soldado
    nunca vino cosa buena!

    IV

    Ya cantan los pajaritos
    en la vecina arboleda,
    ya amanece y las campanas
    tocan a misa primera...
    ¿Cómo no me ha despertado
    como siempre me despierta,
    al rayar el alba, el toque
    de tambores y cornetas?...
    Pero, ¡qué cantar es ese
    que cantan junto a mi reja?
    –«Amorcitos de soldado
    son amorcitos que vuelan,
    pues en tocando la marcha
    quédate con Dios, morena»–
    ¡Se ha marchado!¡se ha marchado!
    y me escarnece la aldea!
    ¿Dónde ocultar mi deshonra?
    ¿dónde ocultar mi vergüenza?
    Madre, cuando el sol asome
    ven a mi alcoba y en ella
    encontrarás un cadáver
    que otro cadáver encierra!...
    ¡Pobre madre, pobre madre,
    bien dijiste, verdad era
    que de mano del soldado
    nunca vino cosa buena!




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