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    Baltasar Gracián y Morales

    Oráculo manual y arte de la prudencia (201-250)

    201. Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen.

    Alzóse con el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquel sabe que piensa que no sabe, y aquel no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele.

    202. Dichos y hechos hacen un varón consumado.

    Hase de hablar lo muy bueno y obrar lo muy honroso: la una es perfección de la cabeza, la otra del corazón, y entrambas nacen de la superioridad del ánimo. Las palabras son sombra de los hechos: son aquellas las hembras, estos los varones. Más importa ser celebrado que ser celebrador. Es fácil el decir y difícil el obrar. Las hazañas son la sustancia del vivir, y las sentencias, el ornato. La eminencia en los hechos dura, en los dichos pasa. Las acciones son el fruto de las atenciones: los unos sabios, los otros hazañosos.

    203. Conocer las eminencias de su siglo.

    No son muchas: una fénix en todo un mundo, un Gran Capitán, un perfecto orador, un sabio en todo un siglo, un eminente rey en muchos. Las medianías son ordinarias en número y aprecio; las eminencias, raras en todo, porque piden complemento de perfección, y cuanto más sublime la categoría, más dificultoso el extremo. Muchos les tomaron los renombres de magnos a César y Alejandro, pero en vacío, que sin los hechos no es más la voz que un poco de aire: pocos Sénecas ha habido, y un solo Apeles celebró la fama.

    204. Lo fácil se ha de emprender como dificultoso, y lo dificultoso como fácil.

    Allí porque la confianza no descuide, aquí porque la desconfianza no desmaye. No es menester más para que no se haga la cosa que darla por hecha; y, al contrario, la diligencia allana la imposibilidad. Los grandes empeños aun no se han de pensar, basta ofrecerse, porque la dificultad, advertida, no ocasione el reparo.

    205. Saber jugar del desprecio.

    Es treta para alcanzar las cosas depreciarlas. No se hallan comúnmente cuando se buscan, y después, al descuido, se vienen a la mano. Como todas las de acá son sombra de las eternas, participan de la sombra aquella propiedad, huyen de quien las sigue y persiguen a quien las huye. Es también el desprecio la más política venganza. Única máxima de sabios: nunca defenderse con la pluma, que deja rastro, y viene a ser más gloria de la emulación que castigo del atrevimiento. Astucia de indignos: oponerse a grandes hombres para ser celebrados por indirecta, cuando no lo merecían de derecho; que no conociéramos a muchos si no hubieran hecho caso de ellos los excelentes contrarios. No hay venganza como el olvido, que es sepultarlos en el polvo de su nada. Presumen, temerarios, hacerse eternos pegando fuego a las maravillas del mundo y de los siglos. Arte de reformar la murmuración: no hacer caso; impugnarla causa perjuicio; y si crédito, descrédito. A la emulación, complacencia, que aun aquella sombra de desdoro deslustra, ya que no oscurece del todo la mayor perfección.

    206. Sépase que hay vulgo en todas partes: en la misma Corinto, en la familia más selecta.

    De las puertas adentro de su casa lo experimenta cada uno. Pero hay vulgo, y revulgo, que es peor: tiene el especial las mismas propiedades que el común, como los pedazos del quebrado espejo, y aun más perjudicial: habla a lo necio y censura a lo impertinente; gran discípulo de la ignorancia, padrino de la necedad y aliado de la hablilla. No se ha de atender a lo que dice, y menos a lo que siente. Importa conocerlo para librarse de él, o como parte, o como objeto. Que cualquiera necedad es vulgaridad, y el vulgo se compone de necios.

    207. Usar del reporte.

    Hase de estar más sobre el caso en los acasos. Son los ímpetus de las pasiones deslizaderos de la cordura, y allí es el riesgo de perderse. Adelántase uno más en un instante de furor o contento que en muchas horas de indiferencia. Corre tal vez en breve rato para correrse después toda la vida. Traza la ajena astuta intención estas tentaciones de prudencia para descubrir tierra, o ánimo. Válese de semejantes torcedores de secretos, que suelen apurar el mayor caudal. Sea contraardid el reporte, y más en las prontitudes. Mucha reflexión es menester para que no se desboque una pasión, y gran cuerdo el que a caballo lo es. Va con tiento el que concibe el peligro. Lo que parece ligera la palabra al que la arroja, le parece pesada al que la recibe y la pondera.

    208. No morir de achaque de necio.

    Comúnmente, los sabios mueren faltos de cordura; al contrario, los necios, hartos de consejo. Morir de necio es morir de discurrir sobrado. Unos mueren porque sienten y otros viven porque no sienten. Y así, unos son necios porque no mueren de sentimiento, y otros lo son porque mueren de él. Necio es el que muere de sobrado entendido. De suerte que unos mueren de entendedores y otros viven de no entendidos; pero, con morir muchos de necios, pocos necios mueren.

    209. Librarse de las necedades comunes.

    Es cordura bien especial. Están muy validas por lo introducido, y algunos, que no se rindieron a la ignorancia particular, no supieron escaparse de la común. Vulgaridad es no estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su ingenio, aunque el peor. Todos codician, con descontento de la propia, la felicidad ajena. También alaban los de hoy las cosas de ayer, y los de acá las de allende. Todo lo pasado parece mejor, y todo lo distante es más estimado. Tan necio es el que se ríe de todo como el que se pudre de todo.

    210. Saber jugar de la verdad.

    Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dejar de decirla: ahí es menester el artificio. Los diestros médicos del ánimo inventaron el modo de endulzarla, que cuando toca en desengaño es la quinta esencia de lo amargo. El buen modo se vale aquí de su destreza: con una misma verdad lisonjea uno y aporrea otro. Hase de hablar a los presentes en los pasados. Con el buen entendedor basta brujulear; y cuando nada bastare entra el caso de enmudecer. Los príncipes no se han de curar con cosas amargas, para eso es el arte de dorar los desengaños.

    211. En el Cielo todo es contento, en el Infierno todo es pesar.

    En el mundo, como en medio, uno y otro. Estamos entre dos extremos, y así se participa de entrambos. Altérnanse las suertes: ni todo ha de ser felicidad, ni todo adversidad. Este mundo es un cero: a solas, vale nada; juntándolo con el Cielo, mucho. La indiferencia a su variedad es cordura, ni es de sabios la novedad. Vase empeñando nuestra vida como en comedia, al fin viene a desenredarse. Atención, pues, al acabar bien.

    212. Reservarse siempre las últimas tretas del arte.

    Es de grandes maestros, que se valen de su sutileza en el mismo enseñarla. Siempre ha de quedar superior, y siempre maestro. Hase de ir con arte en comunicar el arte; nunca se ha de agotar la fuente del enseñar, así como ni la del dar. Con eso se conserva la reputación y la dependencia. En el agradar y en el enseñar se ha de observar aquella gran lección de ir siempre cebando la admiración y adelantando la perfección. El retén en todas las materias fue gran regla de vivir, de vencer, y más en los empleos más sublimes.

    213. Saber contradecir.

    Es gran treta del tentar, no para empeñarse, sino para empeñar. Es el único torcedor, el que hace saltar los afectos. Es un vomitivo para los secretos la tibieza en el creer, llave del más cerrado pecho. Hácese con grande sutileza la tentativa doble de la voluntad y del juicio. Un desprecio sagaz de la misteriosa palabra del otro da caza a los secretos más profundos, y valos con suavidad bocadeando hasta traerlos a la lengua y a que den en las redes del artificioso engaño. La detención en el atento hace arrojarse a la del otro en el recato y descubre el ajeno sentir, que de otro modo era el corazón inescrutable. Una duda afectada es la más sutil ganzúa de la curiosidad para saber cuanto quisiere. Y aun para el aprender es treta del discípulo contradecir al maestro, que se empeña con más conato en la declaración y fundamento de la verdad; de suerte que la impugnación moderada da ocasión a la enseñanza cumplida.

    214. No hacer de una necedad dos.

    Es muy ordinario para remendar una cometer otras cuatro. Excusar una impertinencia con otra mayor es de casta de mentira, o esta lo es de necedad, que para sustentarse una necesita de muchas. Siempre del mal pleito fue peor el patrocinio; más mal que el mismo mal: no saberlo desmentir. Es pensión de las imperfecciones dar a censo otras muchas. En un descuido puede caer el mayor sabio, pero en dos no; y de paso, que no de asiento.

    215. Atención al que llega de segunda intención.

    Es ardid del hombre negociante descuidar la voluntad para acometerla, que es vencida en siendo convencida. Disimulan el intento para conseguirlo y pónese segundo para que en la ejecución sea primero: asegúrase el tiro en lo inadvertido. Pero no duerma la atención cuando tan desvelada la intención, y si ésta se hace segunda para el disimulo, aquella primera para el conocimiento. Advierta la cautela el artificio con que llega, y nótele las puntas que va echando para venir a parar al punto de su pretensión. Propone uno y pretende otro, y revuelven con sutileza a dar en el blanco de su intención. Sepa, pues, lo que le concede, y tal vez convendrá dar a entender que ha entendido.

    216. Tener la declarativa.

    Es no sólo desembarazo, pero despejo en el concepto. Algunos conciben bien y paren mal, que sin la claridad no salen a luz los hijos del alma, los conceptos y decretos. Tienen algunos la capacidad de aquellas vasijas que perciben mucho y comunican poco. Al contrario, otros dicen aún más de lo que sienten. Lo que es la resolución en la voluntad es la explicación en el entendimiento: dos grandes eminencias. Los ingenios claros son plausibles, los confusos fueron venerados por no entendidos, y tal vez conviene la oscuridad para no ser vulgar; pero ¿cómo harán concepto los demás de lo que les oyen, si no les corresponde concepto mental a ellos de lo que dicen?

    217. No se ha de querer ni aborrecer para siempre.

    Confiar de los amigos hoy como enemigos mañana, y los peores; y pues pasa en la realidad, pase en la prevención. No se han de dar armas a los tránsfugas de la amistad, que hacen con ellas la mayor guerra. Al contrario con los enemigos, siempre puerta abierta a la reconciliación, y sea la de la galantería: es la más segura. Atormentó alguna vez después la venganza de antes, y sirve de pesar el contento de la mala obra que se le hizo.

    218. Nunca obrar por tema, sino por atención.

    Toda tema es postema, gran hija de la pasión, la que nunca obró cosa a derechas. Hay algunos que todo lo reducen a guerrilla; bandoleros del trato, cuanto ejecutan querrían que fuese vencimiento, no saben proceder pacíficamente. Estos para mandar y regir son perniciosos, porque hacen bando del gobierno, y enemigos de los que habían de hacer hijos. Todo lo quieren disponer con traza y conseguir como fruto de su artificio; pero, en descubriéndoles el paradojo humor, los demás luego se apuntan con ellos, procúranles estorbar sus quimeras, y así nada consiguen. Llévanse muchos hartazgos de enfados, y todos les ayudan al disgusto. Estos tienen el dictamen leso, y tal vez dañado el corazón. El modo de portarse con semejantes monstruos es huir a los antípodas, que mejor se llevará la barbaridad de aquellos que la fiereza de estos.

    219. No ser tenido por hombre de artificio.

    Aunque no se puede ya vivir sin él. Antes prudente que astuto. Es agradable a todos la lisura en el trato, pero no a todos por su casa. La sinceridad no dé en el extremo de simplicidad; ni la sagacidad, de astucia. Sea antes venerado por sabio que temido por reflejo. Los sinceros son amados, pero engañados. El mayor artificio sea encubrirlo, que se tiene por engaño. Floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia. El crédito de hombre que sabe lo que ha de hacer es honroso y causa confianza, pero el de artificioso es sofístico y engendra recelo.

    220. Cuando no puede uno vestirse la piel del león, vístase la de la vulpeja.

    Saber ceder al tiempo es exceder. El que sale con su intento nunca pierde reputación. A falta de fuerza, destreza. Por un camino o por otro: o por el real del valor, o por el atajo del artificio. Más cosas ha obrado la maña que la fuerza, y más veces vencieron los sabios a los valientes que al contrario. Cuando no se puede alcanzar la cosa, entra el desprecio.

    221. No ser ocasionado, ni para empeñarse, ni para empeñar.

    Hay tropiezos del decoro, tanto propio como ajeno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad. No lo hacen al día con cien enfados. Tienen el humor al repelo, y así contradicen a cuantos y cuanto hay. Calzáronse el juicio al revés, y así todo lo reprueban. Pero los mayores tentadores de la cordura son los que nada hacen bien y de todo dicen mal, que hay muchos monstruos en el extendido país de la impertinencia.

    222. Hombre detenido, evidencia de prudente.

    Es fiera la lengua, que si una vez se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar. Es el pulso del alma por donde conocen los sabios su disposición. Aquí pulsan los atentos el movimiento del corazón. El mal es que el que había de serlo más, es menos reportado. Excúsase el sabio enfados y empeños, y muestra cuán señor es de sí. Procede circunspecto, Jano en la equivalencia, Argos en la verificación. Mejor Momo hubiera echado menos los ojos en las manos que la ventanilla en el pecho.

    223. No ser muy individuado, o por afectar, o por no advertir.

    Tienen algunos notable individuación, con acciones de manía, que son más defectos que diferencias. Y así como algunos son muy conocidos por alguna singular fealdad en el rostro, así estos por algún exceso en el porte. No sirve el individuarse sino de nota, con una impertinente especialidad que conmueve alternativamente en unos la risa, en otros el enfado.

    224. Saber tomar las cosas.

    Nunca al repelo, aunque vengan. Todas tienen haz y envés. La mejor y más favorable, si se toma por el corte, lastima. Al contrario, la más repugnante defiende, si por la empuñadura. Muchas fueron de pena que, si se consideraran las conveniencias, fueran de contento. En todo hay convenientes e inconvenientes: la destreza está en saber topar con la comodidad. Hace muy diferentes visos una misma cosa si se mira a diferentes luces: mírese por la de la felicidad. No se han de trocar los frenos al bien y al mal. De aquí procede que algunos en todo hallan el contento, y otros el pesar. Gran reparo contra los reveses de la fortuna, y gran regla de vivir para todo tiempo y para todo empleo.

    225. Conocer su defecto rey.

    Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda relevante; y si le favorece la inclinación, apodérase a lo tirano. Comience a hacerle la guerra, publicando el cuidado contra él, y el primer paso sea el manifiesto, que en siendo conocido, será vencido, y más si el interesado hace el concepto de él como los que notan. Para ser señor de sí es menester ir sobre sí. Rendido este cabo de imperfecciones, acabarán todas.

    226. Atención a obligar.

    Los más no hablan ni obran como quien son, sino como les obligan. Para persuadir lo malo cualquiera sobra, porque lo malo es muy creído, aunque tal vez increíble. Lo más y lo mejor que tenemos depende de respeto ajeno. Conténtanse algunos con tener la razón de su parte; pero no basta, que es menester ayudarla con la diligencia. Cuesta a veces muy poco el obligar, y vale mucho. Con palabras se compran obras. No hay alhaja tan vil en esta gran casa del universo, que una vez al año no sea menester; y aunque valga poco, hará gran falta. Cada uno habla del objeto según su afecto.

    227. No ser de primera impresión.

    Cásanse algunos con la primera información, de suerte que las demás son concubinas, y como se adelanta siempre la mentira, no queda lugar después para la verdad. Ni la voluntad con el primer objeto, ni el entendimiento con la primera proposición se han de llenar, que es cortedad de fondo. Tienen algunos la capacidad de vasija nueva, que el primer olor la ocupa, tanto del mal licor como del bueno. Cuando esta cortedad llega a conocida, es perniciosa, que da pie a la maliciosa industria. Previénense los malintencionados a teñir de su color la credulidad. Quede siempre lugar a la revista: guarde Alejandro la otra oreja para la otra parte. Quede lugar para la segunda y tercera información. Arguye incapacidad el impresionarse, y está cerca del apasionarse.

    228. No tener voz de mala voz.

    Mucho menos tener tal opinión, que es tener fama de contrafamas. No sea ingenioso a costa ajena, que es más odioso que dificultoso. Vénganse todos de él, diciendo mal todos de él; y como es solo y ellos muchos, más presto será él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de contentar, pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido, y aunque a veces personajes grandes atraviesen con él, será más por gusto de su fisga que por estimación de su cordura. Y el que dice mal siempre oye peor.

    229. Saber repartir su vida a lo discreto: no como se vienen las ocasiones, sino por providencia y delecto.

    Es penosa sin descansos, como jornada larga sin mesones. Hácela dichosa la variedad erudita. Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos: nacemos para saber y sabernos, y los libros con fidelidad nos hacen personas. La segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registrar todo lo bueno del mundo; no todas las cosas se hallan en una tierra; repartió los dotes el Padre universal, y a veces enriqueció más la fea. La tercera jornada sea toda para sí: última felicidad, el filosofar.

    230. Abrir los ojos con tiempo.

    No todos los que ven han abierto los ojos, ni todos los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de pesar. Comienzan a ver algunos cuando no hay qué: deshicieron sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento a quien no tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver. Pero no falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal engordará.

    231. Nunca permitir a medio hacer las cosas.

    Gócense en su perfección. Todos los principios son informes, y queda después la imaginación de aquella deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto no lo deja lograr acabado. Gozar de un golpe el objeto grande, aunque embaraza el juicio de las partes, de por sí adecua el gusto. Antes de ser todo es nada, y en el comenzar a ser se está aun muy dentro de su nada. El ver guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de apetito. Recátese, pues, todo gran maestro de que le vean sus obras en embrión. Aprenda de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan parecer.

    232. Tener un punto de negociante.

    No todo sea especulación, haya también acción. Los muy sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les da lugar para las manuales; y como ignoran lo primero que habían de saber, y en que todos parten un cabello, o son admirados o son tenidos por ignorantes del vulgo superficial. Procure, pues, el varón sabio tener algo de negociante, lo que baste para no ser engañado, y aun reído. Sea hombre de lo agible, que aunque no es lo superior, es lo más preciso del vivir. ¿De qué sirve el saber, si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber.

    233. No errarle el golpe al gusto, que es hacer un pesar por un placer.

    Con lo que piensan obligar algunos, enfadan, por no comprehender los genios. Obras hay que para unos son lisonja y para otros ofensa; y el que se creyó servicio fue agravio. Costó a veces más el dar disgusto que hubiera costado el hacer placer. Pierden el agradecimiento y el don porque perdieron el norte del agradar. Si no se sabe el genio ajeno, mal se le podrá satisfacer; de aquí es que algunos pensaron decir un elogio y dijeron un vituperio, que fue bien merecido castigo. Piensan otros entretener con su elocuencia y aporrean el alma con su locuacidad.

    234. Nunca fiar reputación sin prendas de honra ajena.

    Hase de ir a la parte del provecho en el silencio, del daño en la facilidad. En intereses de honra siempre ha de ser el trato de compañía, de suerte que la propia reputación haga cuidar de la ajena. Nunca se ha de fiar, pero si alguna vez, sea con tal arte, que pueda ceder la prudencia a la cautela. Sea el riesgo común y recíproca la causa para que no se le convierta en testigo el que se reconoce partícipe.

    235. Saber pedir. No hay cosa más dificultosa para algunos ni más fácil para otros.

    Hay unos que no saben negar; con éstos no es menester ganzúa. Hay otros que el No es su primera palabra a todas horas; con estos es menester la industria. Y con todos, la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto antecedente del cuerpo, o por el del ánimo. Si ya la atención del reflejo que atiende no previene la sutileza en el que intenta, los días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior. No se ha de llegar cuando se ve negar a otro, que está perdido el miedo al No. Sobre tristeza no hay buen lance. El obligar de antemano es cambio donde no corresponde la villanía.

    236. Hacer obligación antes de lo que había de ser premio después.

    Es destreza de grandes políticos. Favores antes de méritos son prueba de hombres de obligación. El favor a sí anticipado tiene dos eminencias: que con lo pronto del que da obliga más al que recibe. Un mismo don, si después es deuda, antes es empeño. Sutil modo de transformar obligaciones, que la que había de estar en el superior, para premiar, recae en el obligado, para satisfacer. Esto se entiende con gente de obligaciones, que para hombres viles más sería poner freno que espuela, anticipando la paga del honor.

    237. Nunca partir secretos con mayores.

    Pensará partir peras y partirá piedras. Perecieron muchos de confidentes. Son estos como cuchara de pan, que corre el mismo riesgo después. No es favor del príncipe, sino pecho, el comunicarlo. Quiebran muchos el espejo porque les acuerda la fealdad. No puede ver al que le pudo ver, ni es bien visto el que vio mal. A ninguno se ha de tener muy obligado, y al poderoso menos. Sea antes con beneficios hechos que con favores recibidos. Sobre todo, son peligrosas confianzas de amistad. El que comunicó sus secretos a otro hízose esclavo de él, y en soberanos es violencia que no puede durar. Desean volver a redimir la libertad perdida, y para esto atropellarán con todo, hasta la razón. Los secretos, pues, ni oírlos, ni decirlos.

    238. Conocer la pieza que le falta.

    Fueran muchos muy personas si no les faltara un algo, sin el cual nunca llegan al colmo del perfecto ser. Nótase en algunos que pudieran ser mucho si repararan en bien poco. Háceles falta la seriedad, con que deslucen grandes prendas; a otros, la suavidad de la condición, que es falta que los familiares echan presto menos, y más en personas de puesto. En algunos se desea lo ejecutivo y en otros lo reportado. Todos estos desaires, si se advirtiesen, se podrían suplir con facilidad, que el cuidado puede hacer de la costumbre segunda naturaleza.

    239. No ser reagudo: más importa prudencial.

    Saber más de lo que conviene es despuntar, porque las sutilezas comúnmente quiebran. Más segura es la verdad asentada. Bueno es tener entendimiento, pero no bachillería. El mucho discurrir ramo es de cuestión. Mejor es un buen juicio sustancial que no discurre más de lo que importa.

    240. Saber usar de la necedad.

    El mayor sabio juega tal vez de esta pieza, y hay tales ocasiones, que el mejor saber consiste en mostrar no saber. No se ha de ignorar, pero sí afectar que se ignora. Con los necios poco importa ser sabio, y con los locos cuerdo: hásele de hablar a cada uno en su lenguaje. No es necio el que afecta la necedad, sino el que la padece. La sencilla lo es, que no la doble, que hasta esto llega el artificio. Para ser bienquisto, el único medio, vestirse la piel del más simple de los brutos.

    241. Las burlas sufrirlas, pero no usarlas.

    Aquello es especie de galantería, esto de empeño. El que en la fiesta se desazona mucho tiene de bestia, y muestra más. Es gustosa la burla; sobrado saberla sufrir, es argumento de capacidad. Da pie el que se pica a que le repiquen. A lo mejor se han de dejar, y lo más seguro es no levantarlas: las mayores veras nacieron siempre de las burlas. No hay cosa que pida más atención y destreza. Antes de comenzar se ha de saber hasta qué punto de sufrir llegará el genio del sujeto.

    242. Seguir los alcances.

    Todo se les va a algunos en comenzar, y nada acaban. Inventan, pero no prosiguen: inestabilidad de genio. Nunca consiguen alabanza, porque nada prosiguen; todo para en parar. Si bien nace en otros de impaciencia de ánimo, tacha de españoles, así como la paciencia es ventaja de los belgas. Estos acaban las cosas, aquellos acaban con ellas: hasta vencer la dificultad sudan, y conténtanse con el vencer; no saben llevar al cabo la victoria; prueban que pueden, mas no quieren. Pero siempre es defecto, de imposibilidad o liviandad. Si la obra es buena, )por qué no se acaba?; y si mala, )por qué se comenzó? Mate, pues, el sagaz la caza, no se le vaya todo en levantarla.

    243. No ser todo columbino.

    Altérnense la calidez de la serpiente con la candidez de la paloma. No hay cosa más fácil que engañar a un hombre de bien. Cree mucho el que nunca miente y confía mucho el que nunca engaña. No siempre procede de necio el ser engañado, que tal vez de bueno. Dos géneros de personas previenen mucho los daños: los escarmentados, que es muy a su costa, y los astutos, que es muy a la ajena. Muéstrese tan extremada la sagacidad para el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser tan hombre de bien, que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma y de serpiente; no monstruo, sino prodigio.

    244. Saber obligar.

    Transforman algunos el favor propio en ajeno, y parece, o dan a entender, que hacen merced cuando la reciben. Hay hombres tan advertidos, que honran pidiendo, y truecan el provecho suyo en honra del otro. De tal suerte trazan las cosas, que parezca que los otros les hacen servicio cuando les dan, trastrocando con extravagante política el orden del obligar. Por lo menos ponen en duda quién hace favor a quién. Compran a precio de alabanzas lo mejor, y del mostrar gusto de una cosa hacen honra y lisonja. Empeñan la cortesía, haciendo deuda de lo que había de ser su agradecimiento. De esta suerte truecan la obligación de pasiva en activa, mejores políticos que gramáticos. Gran sutileza esta, pero mayor lo sería el entendérsela, destrocando la necedad, volviéndoles su honra y cobrando cada uno su provecho.

    245. Discurrir tal vez a lo singular y fuera de lo común.

    Arguye superioridad de caudal. No ha de estimar al que nunca se le opone, que no es señal de amor que le tenga, sino del que él se tiene. No se deje engañar de la lisonja pagándola, sino condenándola. También tenga por crédito el ser murmurado de algunos, y más de aquellos que de todos los buenos dicen mal. Pésele de que sus cosas agraden a todos, que es señal de no ser buenas, que es de pocos lo perfecto.

    246. Nunca dar satisfacción a quien no la pedía.

    Y aunque se pida, es especie de delito, si es sobrada. El excusarse antes de ocasión es culparse, y el sangrarse en salud es hacer del ojo al mal, y a la malicia. La excusa anticipada despierta el recelo que dormía. Ni se ha de dar el cuerdo por entendido de la sospecha ajena, que es salir a buscar el agravio. Entonces la ha de procurar desmentir con la entereza de su proceder.

    247. Saber un poco más, y vivir un poco menos.

    Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo. )Dónde vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones, ni de envidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo. Algunos lo extienden al saber, pero no se vive si no se sabe.

    248. No se le lleve el último.

    Hay hombres de última información, que va por extremos la impertinencia. Tienen el sentir y el querer de cera. El último sella y borra los demás. Estos nunca están ganados, porque con la misma facilidad se pierden. Cada uno los tiñe de su color. Son malos para confidentes, niños de toda la vida; y así, con variedad en los juicios y afectos, andan fluctuando, siempre cojos de voluntad y de juicio, inclinándose a una y a otra parte.

    249. No comenzar a vivir por donde se ha de acabar.

    Algunos toman el descanso al principio y dejan la fatiga para el fin. Primero ha de ser lo esencial, y después, si quedare lugar, lo accesorio. Quieren otros triunfar antes de pelear. Algunos comienzan a saber por lo que menos importa, y los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir. No ha comenzado a hacer fortuna el otro cuando ya se desvanece. Es esencial el método para saber y poder vivir.

    250. ¿Cuándo se ha de discurrir al revés?

    Cuando nos hablan a la malicia. Con algunos todo ha de ir al encontrado. El Sí es No y el No es Sí. El decir mal de una cosa se tiene por estimación de ella, que el que la quiere para sí la desacredita para los otros. No todo alabar es decir bien, que algunos, por no alabar los buenos, alaban también los malos; y para quien ninguno es malo, ninguno será bueno.




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