Edición Española
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    Francisco Martínez de la Rosa

    La perdiz

    Cesa un instante siquiera,
    Cesa, avecilla, en el canto,
    Y no atraigas a los tuyos
    Con tu pérfido reclamo:
    El mismo dueño a quien sirves,
    Te arrancó del nido amado,
    Te robó la libertad,
    Te desterró de los campos;
    Y por complacerle ahora,
    De tanta crueldad en pago
    a tu esposo y a tus hijos
    Tú misma tiendes el lazo.
    La voz del amor empleas,
    Brindas con dulces halagos,
    Cuando la tierra y el cielo
    A amar están convidando;
    Pero entre tanto escondida
    La muerte acecha a tu lado,
    Pronta a salpicar con sangre
    Las bellas flores del prado...
    ¡Ay!deja al hombre cruel
    Valerse de esos engaños;
    Llamar con la voz alevosa
    y vender a sus hermanos.




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