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    Jacinto de Salas y Quiroga

    La madre de mi amigo

    Tal vez al son confuso de mi lira
    recordarás, Damón, pasados años;
    disfraz, falsos halagos, vil mentira,
    envidia, sinrazón, perfidia, engaños,
    todo te ofrecerá tu mente viva,
    y cuando de tu dicha hablar intento
    derramarás la lágrima de pena
    que anuncia los pesares de tu pecho.

    Aun recuerdo, Damón, el triste día
    en que, pábulo dando a tu quebranto,
    mi acento la lenguaje repetía,
    y mi llanto mezclaba yo a tu llanto.
    Yo lloraba una madre desgraciada,
    que yace en el sepulcro eternamente,
    y tu pena un instante mitigada

    Consuelos rebuscabas en tu mente;
    mejor diré en tu pecho, tierno amigo,
    que el corazón no más es quien decía:
    «Tu madre aun en el cielo está contigo,
    tu madre te protege noche y día».

    Damón, cual yo llorabas una madre,
    cual yo te lamentabas de tu suerte,
    y conmigo tu acento repetía:
    «Mi madre y mis hermanos, o la muerte».

    ¡Ah! ¡Si a mí me escuchara el hado adverso
    cual a ti te escuchó! ¿De qué sirviera
    hacer sonar las cuerdas de mi lira?
    Su sonido en el aire se perdiera;
    y mi madre a mis voces no responde,
    cual respondió la tuya, que respira
    por tu amor y ternura bajo el cielo,
    para secar los lloros de tu rostro,
    para ser de sus hijos el consuelo.

    Paz, para siempre paz; sí, paz y gloria
    para siempre a una madre. ¡Oh! Ser debiera
    inmortal una madre. Ella es la sola
    que hasta el morir respira por sus hijos.
    Una madre es un ángel de consuelo,
    una madre... ¡oh! ¡Feliz quien la posee!
    Yo no tengo, Damón, bajo del cielo
    a quien amar... sino a un hermano tierno,
    hermano de mi pecho, que recibe
    mi amor y mi cariño con ternura.
    Dios la paz le conceda de los buenos,
    Dios derrame en su frente la ventura.

    Si una vez en las márgenes del Rima
    nutrí con tu dolor el pecho mío,
    hoy déjame buscar sonora rima
    para cantar tu dicha. Si otro ingenio
    el Dios Padre me hubiese concedido,
    remontara tal vez hasta el empíreo
    y robara una chispa solamente
    del fuego celestial... Pero yo pobre
    nunca supe elevarme, que mi mente
    a mi sentir de amor avasallada
    el querer obedece de mi pecho.

    ¿Y qué falta te hicieran mis cantares?
    ¡Los cantares del huérfano! Un acento
    habrá que te consuele en tus pesares:
    ¡y qué acento! Un acento de delirio,
    que tal ha sido siempre el de una madre.
    Y a más verás llorar, si tú te quejas,
    una esposa mil días suspirada,
    hermanos que te adoran cual hermanos,
    a quienes sin querer se eleva el alma;
    y si es dado decirlo, un tierno amigo,
    huérfano y desgraciado, mas sensible,
    veraz en la amistad, no lisonjero,
    un amigo infeliz que sólo pide
    en pago de su amor, amor sincero.




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