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    José María Gabriel y Galán

    Dos paisajes

    Dos paisajes: el uno soñado
    y el otro vivido.
    ¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera
    la vida que vivo!


    Era un trozo de tierra jurdana
    sin una alquería;
    era un trozo de mundo sin ruido,
    de mundo sin vida.

    Era un campo tan solo, tan solo
    como un cementerio,
    donde más hondamente se sienten
    los hondos silencios.

    Madroñeras, lentiscos y jaras
    helechos y piedras,
    madreselvas, zarzales y brezos,
    retamas escuetas...

    ¡La maraña revuelta y estéril
    que viste los campos
    cuando no los fecundan y riegan
    sudores humanos!

    No tenían trigales las lomas,
    ni huertos las vegas,
    ni sotillos las frescas umbrías,
    ni árboles la sierra...

    No tenían las rudas labores
    cantores humanos,
    ni el sabroso caer de las tardes
    cantores alados.

    No tenían ni puente el riachuelo,
    ni torre la aldea,
    ni alegría de vida sus grises
    hórridas viviendas.

    A sus puertas holgaban desnudos
    niñitos hambrientos,
    devorando sopores de muerte
    de alma y del cuerpo.

    Y unas ruines mujeres traían
    de pueblos lejanos
    miserables mendrugos mohosos
    envueltos en trapos...

    Y unos hombres huraños y entecos
    la tierra arañaban
    como ruines raposos sin presa
    que el páramo escarban.

    Y una sorda quietud imponente,
    grabándolo todo,
    sobre el muerto vivir descargaba
    su losa de plomo...


    II

    Era un trozo de tierra jurdana
    con una alquería:
    era un trozo de mundo vibrante,
    de ruidos de vida.

    Era un campo de flores y frutos,
    con hombres y pájaros,
    con caricias de sol y aguas puras,
    de limpios regatos.

    Olivares azules que escalan
    alegres laderas;
    huertecillos con frutos de oro
    que engríen las vegas.

    Recortados, pequeños trigales;
    minúsculos prados
    alamedas pomposas y viñas,
    sotos de castaños...

    Y la sierra gentil, más arriba,
    perdiendo asperezas...
    ¡sonriendo a medida que sube
    la vida por ella!

    Colmenares que zumban y labran,
    palomares blancos,
    majadillas que alegran las cuestas
    sonoros rebaños...

    Carboneras humosas que fingen
    pequeños volcanes;
    leñadores que cortan y cantan,
    que llevan y traen...

    ¡La visión de los campos incultos
    que ricos se tornan
    si los baña del sol del trabajo
    la luz creadora!

    Y tenía ya puente el riachuelo,
    y torre la aldea,
    y alegría de vida sus blancas
    y sanas viviendas.

    Y del útil saber en un templo
    limpio y diminuto,
    y en el templo más grande y más sabio
    del campo fecundo,

    bando alegre de niños que un hombre
    discreto guiaba,
    la salud y la vida bebían
    del cuerpo y del alma.

    Y unas madres con leche en sus pechos,
    y luz en la mente,
    y en las caras morenas, dulzuras
    y risas alegres,

    amasaban el pan de los suyos,
    rezaban, bullían,
    gobernaban la casa cantando,
    ¡cantando la vida!

    Y unos hombres briosos y cultos
    labraban los campos
    con la sana alegría que infunden
    la paz y el trabajo.

    Y flotaba en los aires el ritmo
    gigante y oscuro
    con que alienta la tierra fecunda
    preñada de frutos.


    ¡Dos paisajes! El uno soñado
    y el otro vivido.
    Del vivir al soñar, ¿hay distancia?
    ¡Pues amor cegará tal abismo!




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