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    Juan Meléndez Valdés

    De unas palomas

    Un día que en la vega,
    bajo el nogal copado
    que da a su fuente sombra
    con los pomposos ramos,

    cantaba entretenido
    con inocente labio
    de mi suerte la dicha,
    las delicias del campo,

    casi a mis pies seguras
    se bañaban jugando
    las sencillas palomas
    en un limpio remanso.

    Su bullicio y arrullos,
    y sus besos y halagos
    me cayeron absorto
    la lira de las manos.

    Libre yo y ellas libres,
    y uno así nuestro estado,
    por instantes se hacía
    mi embeleso más grato.

    Una en medio las aguas,
    cual pequeñuelo barco,
    ufanándose riza
    su plumaje galano;

    otra fija bebiendo
    del vivo sol los rayos
    y en el raudal se sume
    para templar su estrago;

    otra extiende las alas
    cual dos móviles brazos
    y al corriente se entrega
    que la va en pos llevando;

    y otra en plácido giro
    revolante en el llano,
    torna cien y cien veces
    del uno al otro lado,

    agitándose todas
    y corriendo y saltando
    y cruzando y tejiendo
    mil revueltas y lazos,

    cuando allá de las nubes,
    cual flamígero rayo,
    un milano sobre ellas
    precipítase aciago

    que en sus uñas agudas
    para bárbaro pasto
    de sus pollos, ¡ay!, roba
    la más bella inhumano,

    sin bastar a salvarla
    en tan súbito caso
    de mis palmas y gritos
    el estrépito vano.

    Derramado y sin orden,
    con mortal sobresalto
    del ladrón ominoso
    huye el tímido bando.

    Y yo, el alma cubierta
    de amargura y espanto,
    con la vista le sigo,
    con mi voz le amenazo.

    ¡Desvalida inocencia,
    siempre mísero blanco
    del poder fiero, siempre
    de sus iras estrago!




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