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    Luis de Góngora y Argote

    Fábula de Píramo y Tisbe

    La ciudad de Babilonia
    --famosa, no por sus muros--
    (fuesen de tierra cocidos
    o sean de tierra crudos),
    sino por los dos amantes,
    desdichados hijos suyos,
    que, muertos, y en un estoque,
    han peregrinado el mundo--
    citarista dulce, hija
    del Archipoeta rubio,
    si al brazo de mi instrumento
    le solicitas el pulso,
    digno sujeto será
    de las orejas del vulgo:
    popular aplauso quiero;
    perdónenme sus tribunos.
    Píramo fueron y Tisbe,
    los que en verso hizo culto
    el licenciado Nasón
    (bien romo o bien narigudo)
    dejar el dulce candor
    lastimosamente oscuro
    al que túmulo de seda
    fue de los dos casquilucios
    moral que los hospedó;
    y fue condenado al punto,
    si del Tigris no en raíces,
    de los amantes en frutos.
    Estos, pues, dos babilonios
    vecinos nacieron mucho
    y tanto, que una pared
    de oídos no muy agudos
    en los años de su infancia
    oyó a las cunas los tumbos,
    a los niños los gorjeos
    y a las amas los arrullos.
    Oyólos, y aquellos días
    tan bien la audiencia le supo,
    que años después se hizo
    rajas en servicio suyo.
    En el ínterin nos digan
    los mal formados rasguños
    de los pinceles de un ganso
    sus dos hermosos dibujos.
    Terso marfil su esplendor,
    no sin modestia, interpuso
    entre las ondas de un sol
    y la luz de dos carbunclos.
    Libertad dice llorada
    el corvo süave luto
    de unas cejas, cuyos arcos
    no serenaron diluvios.
    Luciente cristal lascivo
    (la tez, digo, de su vulto)
    vaso era de claveles
    y de jazmines confusos.
    Arbitro de tantas flores
    lugar el olfato obtuvo
    en forma no de nariz,
    sino de un blanco almendruco.
    Un rubí concede o niega,
    según alternar le plugo,
    entre veinte perlas netas
    doce aljófares menudos.
    De plata bruñida era
    proporcionado cañuto,
    el órgano de la voz,
    la cerbatana del gusto.
    Las pechugas, si hubo fénix,
    suyas son; si no la hubo,
    de los jardines de Venus
    pomos eran no maduros.
    El etcoetera es de mármol,
    cuyos relieves ocultos
    ultraje mórbido hicieran
    a los divinos desnudos
    la vez que se vistió Paris
    la garnacha de Licurgo
    cuando Palas por vellosa
    y por zamba perdió Juno.
    A ésta desde el glorïoso
    umbral de su primer lustro
    niña la estimó el Amor
    de los ojos que no tuvo.
    Creció deidad, creció invidia
    de un sexo y otro. ¿Qué mucho
    que la fe erigiese aras
    a quien la emulación culto?
    Tantas veces de los templos
    a sus posadas redujo
    sin libertad los galanes
    y las damas sin orgullo,
    que viendo quien la vistió
    (nueve meses que la trujo)
    de terciopelo de tripa
    su peligro en los concursos,
    las reliquias de Tisbica
    engastó en lo más recluso
    de su retrete, negado
    aun a los átomos puros.
    ¡O Píramo lo que hace,
    joveneto ya robusto,
    que sin alas podía ser
    hijo de Venus segundo!
    Narciso, no el de las flores
    pompa, que vocal sepulcro
    construyó a su boboncilla
    en el valle más profundo,
    sino un Adonis caldeo
    ni jarifo, ni membrudo
    que traía las orejas
    en las jaulas de dos tufos.
    Su copetazo pelusa,
    si tafetán su testuzo;
    sus mejillas mucho raso;
    su bozo poco velludo.
    Dos espadas eran negras
    a lo dulcemente rufo
    sus cejas, que las doblaron
    dos estocadas de puño.
    Al fin en Píramo quiso
    encarnar Cupido un chuzo,
    el mejor de su armería,
    con la herramienta al uso.
    Este, pues, era el vecino,
    el amante y aun el cuyo
    de la tórtola doncella
    gemidora a lo vïudo:
    que de las penas de amor
    encarecimiento es sumo
    escuchar ondas sediento
    quien siente frutas ayuno.
    Intimado el entredicho
    de un ladrillo y otro duro,
    llorando Píramo estaba
    apartamientos conjuntos,
    cuando fatal carabela
    (émula, mas no del humo
    en los corsos repetidos)
    aferró puerto seguro;
    familïar tapetada
    que, aun a pesar de lo adusto,
    alba fue, y Alba a quien debe
    tantos solares anuncios.
    Calificarle sus pasas
    a fuer de Aurora propuso,
    los Críticos me perdonen
    si dijere con ligustros.
    Abrazóle sobarcada
    --y no de clavos malucos--
    en nombre del azucena,
    desmentidora del tufo,
    siendo aforismo aguileño,
    que matar basta a un difunto
    cualquier olor de costado,
    o sea morcillo o rucio.
    Al estoraque de Congo
    volvamos, Dios en ayuso,
    a la que cuatro de a ocho
    argentaron el pantuflo.
    Avispa con libramiento
    no voló como ella anduvo;
    menos un torno responde
    a los devotos impulsos,
    que la mulata se gira
    a los pensamientos mudos.
    ¡O destino inducidor
    de lo que has de ser verdugo!
    Un día que subió Tisbe,
    humedeciendo discursos,
    a enjugarlos en la cuerda
    de un inquïeto columpio,
    halló en el desván acaso
    una rima que compuso
    la pared sin ser poeta,
    más clara que las de alguno.
    Había la noche antes
    soñado sus infortunios;
    y, viendo el resquicio entonces,
    -Esta es, dijo, no dudo;
    ésta es, Píramo, la herida
    que en aquel sueño importuno
    abrió dos veces el mío
    cuando una el pecho tuyo.
    La fe que se debe a sueños
    y a celestiales influjos
    bien lo dice de mi aya
    el incrédulo repulgo.
    ¿Lo que he visto a ojos cerrados
    más auténtico presumo
    que del amor que conozco
    los favores que descubro?
    Efecto improviso es,
    no de los años diuturno,
    sino de un niño en lo flaco
    y de un dios en lo oportuno.
    Pared que nació conmigo,
    del amor sólo el estudio,
    no la fuerza de la edad,
    desatar sus piedras pudo.
    Mas ¡ay! que taladró niño
    lo que dilatara astuto;
    que no poco daño a Troya
    breve portillo introdujo.
    La vista que nos dispensa
    le desmienta el atributo
    de ciego en la que le ata
    ociosa venda el abuso.
    Llegó en esto la morena,
    los talares de Mercurio
    calzada en la diligencia
    de diez argentados puntos,
    y, viendo extinguidos ya
    sus poderes absolutos
    por el hijo de la tapia,
    que tendrá veces de Nuncio,
    si distinguirse podía
    la turbación de lo turbio,
    su ejercicio ya frustrado
    le dejó el ébano sucio.
    Otorgó al fin el infausto
    abocamiento futuro
    y, citando la otra parte,
    sus mismo autos repuso.
    Con la pestaña de un lince
    barrenando estaba el muro,
    si no adormeciendo Argos
    de la suegra substitutos,
    cuando Píramo, citado,
    telares rompiendo inmundos
    que la émula de Palas
    dio a los divinos insultos,
    -Barco ya de vistas, dijo,
    angosto no, sino augusto,
    que, velas hecho tu lastre,
    nadas más cuando más surto,
    poco espacio me concedes;
    mas basta, que a Palinuro
    mucho mar le dejó ver
    el primero breve surco.
    Si a un leño conducidor
    de la conquista o del hurto
    de una piel fueron los dioses
    remuneradores justos,
    a un bajel que pisa inmóvil
    un Mediterráneo enjuto
    con los suspiros de un sol
    bien le deberán coluros.
    Tus bordes beso piloto,
    ya que no tu quilla buzo,
    si revocando mi voz,
    favorecieses mi asunto.
    Dando luego a sus deseos
    el tiempo más oportuno,
    frecuentaban el desván,
    escuela ya de sus cursos.
    Lirones siempre de Febo,
    si de Dïana lechuzos,
    se bebían las palabras
    en el polvo del conducto.
    ¡Cuántas veces impaciente
    metió el brazo, que no cupo,
    el garzón, y lo atentado
    le revocaron por nulo!
    ¡Cuántas el impedimento
    acusaron de consuno,
    al pozo que es de por medio,
    si no se besan los cubos!
    Orador Píramo entonces,
    las armas jugó de Tulio,
    que no hay áspid vigilante
    a poderosos conjuros.
    Amor, que los asistía,
    el vergonzoso capullo
    desnudó a la virgen rosa
    que desprecia el tirio jugo.
    Abrió su esplendor la boba
    y a seguillo se dispuso:
    ¡trágica resolución,
    digna de mayor coturno!
    Medianoche era por filo
    --hora que el farol nocturno,
    reventando de muy casto,
    campaba de muy sañudo--
    cuando, tropezando Tisbe,
    a la calle dio el pie zurdo,
    de no pocos endechada
    caniculares aúllos.
    Dejó la ciudad de Nino
    y, al salir, funesto buho
    alcándara hizo umbrosa
    un verdinegro aceituno.
    Sus pasos dirigió donde
    por la boca de dos brutos
    tres o cuatro siglos ha
    que está escupiendo Neptuno.
    Cansada llegó a su margen,
    a pesar del abril, mustio;
    y, lagrimosa, la fuente
    enronqueció su murmurio.
    Olmo, que en jóvenes hojas
    disimula años adultos,
    de su vid florida entonces
    en los más lascivos nudos,
    un rayo sin escuderos
    o de luz o de tumulto
    le desvaneció la pompa
    y el tálamo descompuso.
    No fue nada: a cien lejías
    dio ceniza. ¡O cielo injusto,
    si tremendo en el castigo,
    portentoso en el indulto!
    La planta más convecina
    quedó verde; el seco junco
    ignoró aun lo más ardiente
    del acelerado incurso.
    Cintia caló el papahigo
    a todo su plenilunio
    de temores velloríes,
    que ella dice que son nublos.
    Tisbe entre pavores tantos
    solicitando refugios,
    a las ruïnas apela
    de un edificio caduco.
    Ejecutarlo quería
    cuando la selva produjo
    del egipcio o del tebano
    un cleoneo trïunfo,
    que en un prójimo cebado
    (no sé si merino [o] burdo),
    babeando sangre, hizo
    el cristal líquido impuro.
    Temerosa de la fiera
    aun más que del estornudo
    de Júpiter, puesto que
    sobresalto fue machucho,
    huye, perdiendo en la fuga
    el manto: ¡fatal descuido
    que protonecio hará
    al señor Piramiburro!
    A los estragos se acoge
    de aquel antiguo reducto,
    noble ya edificio, agora
    jurisdicción de Vertumno.
    Alondra no con la tierra
    se cosió al menor barrunto
    de esmerjón como la triste
    con el tronco de un saúco.
    Bebió la fiera, dejando
    torpemente rubicundo
    el cendal que fue de Tisbe,
    y el bosque penetró inculto.
    En esto llegó el tardón,
    que la ronda le detuvo
    sobre quitarle el que fue,
    aun envainado, verdugo.----
    Llegó, pisando cenizas
    del lastimoso trasunto
    de sus bodas, a la fuente,
    al término constituto;
    y, no hallando la moza,
    entre ronco y tartamudo
    se enjaguó con sus palabras,
    regulador de minutos.
    De su alma la mitad
    cita a voces, mas sin fruto,
    que socarrón se las niega
    el eco más campanudo.
    Troncos examina huecos,
    mas no le ofrece ninguno
    el panal que solicita
    en aquellos senos rudos.
    Madama Luna a este tiempo
    a petición de Saturno
    el velo corrió al melindre
    y el papahigo depuso
    para leer los testigos
    del proceso ya concluso,
    que publicar mandó el hado
    cuál más, cuál menos perjuro:
    las huellas cuadrupedales
    del coronado avernucio,
    que a esta sazón bramando,
    tocó a vísperas de susto;
    las espumas que la hierba
    más sangrientas las expuso,
    que el signo las babeó,
    rugiente pompa de julio;
    indignamente estragados
    los pedazos mal difusos
    del velo de su retablo,
    que ya de sus duelos juzgo.
    Violos y, al reconocerlos,
    mármol obediente al duro
    cincel de Lisipo, tanto
    no ya desmintió lo esculto
    como Píramo lo vivo,
    pendiente en un pie a lo grullo,
    sombra hecho de sí mismo,
    con facultades de bulto.
    Las señas repite falsas
    del engaño a que le indujo
    su fortuna, contra quien
    ni lanza vale ni escudo.
    Esparcidos imagina
    por el fragoso arcabuco
    (ebúrneos diré, o divinos?
    Divinos digo y ebúrneos.)
    los bellos miembros de Tisbe;
    y aquí otra vez se traspuso,
    fatigando a Praxiteles
    sobre copiallo de estuco.
    La Parca, en esto, las manos
    en la rueca y en el huso,
    como dicen, y los ojos
    en el vital estatuto,
    inexorable sonó
    la dura tijera, a cuyo
    mortal son Píramo, vuelto
    del parasismo profundo,
    el acero que Vulcano
    templó en venenosos zumos,
    eficazmente mortales
    y mágicamente infusos,
    valeroso desnudó
    y no como el otro Mucio
    asó entrépido la mano,
    sino el asador tradujo
    por el pecho a las espaldas.
    ¡O tantas veces insulso
    cuantas vueltas a tu hierro
    los siglos dieren futuros!
    ¿Tan mal te olía la vida?
    ¡Oh bien hi de puta, puto
    el que sobre tu cabeza
    pusiera un cuerno de juro!
    De vïolas coronada
    la Aurora salió con zuño,
    cuando un gemido de a ocho
    --aunque mal distinto el cuño--,
    cual engañada avecilla
    de cautivo contrapunto
    a implicarse desalada
    en la hermana del engrudo,
    la llevó donde el cuitado
    en su postrimero turno
    desperdiciaba la sangre
    que recibió por embudo.
    Ofrécele su regazo
    --y yo le ofrezco en su muslo
    desplumadas las delicias
    del pájaro de Catulo.
    En cuanto boca con boca
    confitándole disgustos
    y heredándole aun los trastos
    menos vitales estuvo,
    expiró al fin en sus labios;
    y ella, con semblante enjuto
    que pudiera por sereno
    acatarrar a un centurio
    con todo su morrïon,
    haciendo el alma trabuco
    de un '¡ay!', se caló en la espada
    aquella vez que le cupo.
    Pródigo desató el hierro,
    si crüel, un largo flujo
    de rubíes de Ceilán
    sobre esmeraldas de Muso.
    Hermosa quedó la muerte
    en los lilios amatuntos,
    que salpicó dulce hielo,
    que tiño palor venusto.
    Lloraron con el Eufrates
    no sólo el fiero Danubio,
    el siempre Araxes flechero
    --cuando parto y cuando turco--,
    mas con su llanto lavaron
    el Bucentoro dïurno,
    cuando sale, el Ganges loro;
    cuando vuelve, el Tajo rubio.
    El blanco moral, de cuanto
    humor se bebió purpúreo,
    sabrosos granates fueron
    o testimonio o tributo.
    Sus muy reverendos padres,
    arrastrando luengos lutos
    con más colas que cometas,
    con más pendientes que pulpos,
    jaspes (y de más colores
    que un áulico disimulo)
    ocuparon en su huesa,
    que el siro llama sepulcro;
    aunque es tradición constante,
    si los tiempos no confundo
    (de cronólogos, me atengo
    al que calzare más justo),
    que ascendiente pío de aquel
    desvanecido Nabuco,
    que pació el campo medio hombre,
    medio fiera y todo mulo,
    en urna dejó decente
    los nobles polvos inclusos,
    que absolvieron de ser huesos
    cinamomo y calambuco;
    y en letras de oro: "Aquí yacen
    individuamente juntos,
    a pesar del amor, dos;
    a pesar del número, uno."




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