Edición Española
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    Luis de Góngora y Argote

    Panegírico al Duque de Lerma

    I

    Si arrebatado merecí algún día
    tu dictamen, Euterpe, soberano,
    bese el corvo marfil hoy de esta mía
    sonante lira tu divina mano;
    émula de las trompas su armonía,
    el Séptimo Tríón de nieves cano,
    la adusta Libia sorda aun más lo sienta
    que los áspides fríos que alimenta.

    II

    Oya el canoro hueso de la fiera,
    pompa de sus orillas, la corriente
    del Ganges, cuya bárbara ribera
    baño es supersticioso del oriente;
    de venenosa pluma, si ligera,
    armado lo oya el Marañen valiente;
    y débale a mis números el mundo
    del fénix de los Sandos un segundo.

    III

    Segundo en tiempo sí, mas primer Sando
    en togado valor, dígalo armada
    de paz su diestra, díganlo trepando
    las ramas de Minerva por su espada,
    bien que desnudos sus aceros cuando
    cerviz rebelde o religión postrada
    obligan a su rey que tuerza grave
    al templo del bifronte dios la llave.

    IV

    Este, pues, digno sucesor del claro
    Gómez Diego, del Marte cuya gloria
    a las alas hurtó del tiempo avaro
    cuantas le prestó plumas a la historia,
    éste, a quien guardará mármoles Paro
    que engendre el arte, anime la memoria,
    su primer cuna al Duero se la debe
    si cristal no fue tanto cuna breve.

    V

    Del Sandoval, que a Denia aun más corona
    de majestad que al mar de muros ella,
    Isabel nos lo dio, que al sol perdona
    los rayos que él a la menor estrella,
    hija del que la más luciente zona
    pisa glorioso, porque humilde huella
    (general de una santa compañía)
    las insignias ducales de Gandía.

    VI

    Alta resolución, merecedora
    del que ya le previene digno culto
    su nieto generoso, oculto ahora,
    bien que prescribe su esplendor lo oculto:
    debido nicho la piedad le dora,
    la devoción al no formado bulto
    de bálsamo (en el oro que aun no pende),
    alimenta los rayos que le enciende.

    VII

    Joven después el nido ilustró mío,
    redil ya numeroso del ganado
    que el silbo oyó de su glorioso tío,
    pastor de pueblos bienaventurado;
    con labio alterno aun hoy el sacro río
    besa el nombre en sus árboles grabado.
    ¡Tanta le mereció Córdoba, tanta
    veneración a su memoria santa!

    VIII

    Dulce bebía en la prudente escuela
    ya la doctrina del varón glorioso,
    ya centellas de sangre con la espuela
    solicitaba al trueno generoso,
    al caballo veloz que envuelto vuela
    en polvo ardiente, en fuego polvoroso;
    de Quirón no biforme aprende luego
    cuantas ya fulminó armas el Griego.

    IX

    Tal vez la fiera que mintió al amante
    de Europa con rejón luciente agita;
    tal, escondiendo en plumas el turbante,
    escaramuzas bárbaras imita;
    dura pala, si puño no pujante,
    viento dando a los vientos ejercita,
    la vez que el monte no fatiga vasto,
    Hipólito galán, Adonis casto.

    X

    De espumas sufre el Betis argentado
    remos que lo conduzgan, ofreciendo
    el oro al tierno Alcides, que guardado
    del vigilante fue dragón horrendo;
    delicias solicita su cuidado
    a las nudosas redes, exponiendo
    lo que incógnito más sus aguas mora,
    que extraña el cónsul, que la gula ignora

    XI

    Napea en tanto a descubrir comienza
    bien peinado cabello, mal enjuto,
    siendo al Betis un rayo de su trenza
    lo que es al Tajo su mayor tributo;
    salió al fin, y hurtando con vergüenza
    sus bellos miembros a silvano astuto
    (que infamar lo vio un álamo prolijo)
    esto en sonantes nácares predijo:

    XII

    «Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España
    bien nacido esplendor, firme coluna,
    que al bien creces común, si no me engaña
    el oráculo ya de tu fortuna;
    Cloto el vital estambre de luz baña
    al que Mercurio le previene cuna,
    al santo rey que a tu consejo cano
    los años deberá de Octavïano».

    XIII

    Siguió a la voz (mas sin dejar rompido
    a Juno el dulce transparente seno),
    aplauso celestial, que fue al oído
    trompa luciente, armonioso trueno.
    A mayoral en esto promovido
    su pastor sacro, el margen pisó ameno
    en que, de velas coronado, el Betis
    los primeros abrazos le da a Tetis.

    XIV

    No después mucho lazos tejió iguales
    de Calíope el hijo intonso al bello
    garzón augusto, que a coyundas tales
    rindió no solo mas expuso el cuello;
    abeja de los tres lilios reales
    (dándole Amor sus alas para ello)
    dulce aquella libó, aquella divina
    del cielo flor, estrella de Medina.

    XV

    Deidad que en isla no que errante baña
    incierto mar luz gemina dio al mundo,
    sino Apolos lucientes dos a España
    y tres Dianas de valor fecundo:
    gloria del tiempo Uceda, honor Saldaña,
    orbes son del primero y del segundo;
    sidonios muros besan hoy la plata
    que ilustra la alta Niebla que desata.

    XVI

    La antigua Lemus, de real corona,
    ínclito es rayo su menor almena
    a la segunda hija de Latona,
    que de Sebeto aun no pisó la arena
    cuando al silencio métrico perdona
    la tantos siglos ya muda sirena,
    cantando las que invidia el sol estrellas,
    negras dos, cinco azules, todas bellas.

    XVII

    De un duque esclarecido la tercera
    Cintia el siempre feliz tálamo honora,
    la que bien digna de mayor esfera
    su luz abrevia Peñaranda ahora.
    Al padre en tanto de su primavera
    los verdes años ocio no desflora,
    marqués ya en Denia, cuyo excelso muro
    de africanos piratas freno es duro.

    XVIII

    Al régimen atento de su estado,
    a sus penates lo admitió el Prudente
    Filipo, afecto a su elocuente agrado,
    aun entre acciones mudas elocuente.
    Ya (mal distinto entonces) el rosado
    propicio albor del Héspero luciente,
    que ilustra dos eclípticas ahora,
    purpureaba al Sandoval que hoy dora.

    XIX

    Cetro superior fuerza suave
    a la gracia (si bien implume) hacía
    del pollo, fénix hoy que apenas cabe
    en los prolijos términos del día;
    de quien será en los siglos la más grave,
    la mayor gloria de su monarquía,
    elección grata al cielo aun en la cuna,
    si a la emulación áulica importuna;

    XX

    a la invidia, no ya a la que el veneno
    del quelidro, que más el sol calienta,
    sino el alado precipicio ajeno
    de las frustradas ceras alimenta;
    esta, pues, que aun el más oculto seno
    de los augustos lares pisa lenta,
    celante altera el judicioso terno
    de los sátrapas ya de aquel gobierno.

    XXI

    Mentida un Tulio, en cuantos el senado
    ambages de oratoria le oyó culta,
    la yedra acusa, que del levantado
    apenas muro la estructura oculta;
    temor induce, y del temor cuidado,
    tan ponderosamente que resulta
    la merced castigada, que en Valencia
    los eslabones arrastró de ausencia.

    XXII

    ¡Oh ceguedad! ¿Acuerdo intenta humano
    fatal corregir curso fácilmente?
    Tal ya de su reciente mies villano
    divertir pretendió raudo torrente;
    mucho le opuso monte mas en vano,
    bien que desenfrenada su corriente
    a cuanta Ceres inundó vecina
    riego le fue la que temió ruina.

    XXIII

    Sale al fin, y del Turia la ribera,
    vestida siempre de frondosas plantas,
    dulce continuada primavera
    le jura muchas veces a sus plantas;
    de apacibilidad hace severa
    homenaje recíproco otras tantas
    el virrey, confirmando su gobierno
    ósculo de justicia y paz alterno.

    XXIV

    Examinó tres años su divino
    talento el que, no solo de alabanza
    mas de premio, paréntesis bien diño
    al período fue de su privanza.
    Dejando al Turia sus delicias, vino
    donde ya le tejía la esperanza
    los verdes rayos de aquel árbol solo,
    que los abrazos mereció de Apolo.

    XXV

    Camina, pues, de afectos aplaudido
    a expectación tan infalible iguales,
    cual del puente espacioso que has roído
    con diente oculto, Guadiana, sales,
    de los campos apenas contenido,
    que templo son bucólico de Pales.
    La ceremonia, en su recebimiento,
    oro calzada, plumas le dio al viento.

    XXVI

    No del impulso conducido vano
    de la ambición, al pie de su gran dueño
    asciende, en cuya poderosa mano
    dos mundos continente son pequeño.
    Alas batiendo luego al soberano
    sucesor se remonta, en cuyo ceño
    se ríe el Alba, Febo reverbera,
    águila generosa de su esfera.

    XXVII

    Menos dulce a la vista satisface
    cristal, o de las rosas ocupado
    o del clavel que con la aurora nace,
    de aljófares purpúreos coronado,
    que un pecho augusto. ¡Oh cuánta al favor yace
    en líbica no arena, en variado
    jaspe luciente sí, pálida insidia,
    bebiendo celos, vomitando invidia!

    XXVIII

    Servía y agradaba; esta le cuente
    felicidad (y en urna sea dorada)
    piedra, si breve, la que más luciente
    la antigüedad tenía destinada;
    servía, y el enfermo rey Prudente
    (de su vida la meta ya pisada)
    con el hijo asentía en el afeto,
    dignando de dos gracias un sujeto.

    XXIX

    Al mayor ministerio proclamado
    de los fogosos hijos fue del viento,
    que al Betis le bebieron ya el dorado
    ya el cerúleo color de su elemento.
    De sus miembros en esto desatado
    el rey padre, luz nueva al firmamento
    en nueva imagen dio: pórfido sella
    la porción que no pudo ser estrella.

    XXX

    El heredado auriga, Faetón solo
    en la edad, no Faetón en la osadía,
    al diadema de luciente Apolo
    en sombra obscura perdonó algún día.
    Luto vestir al uno y otro polo
    hizo, si anegar no su monarquía
    en lágrimas, que pío enjugó luego
    de funerales piras sacro fuego.

    XXXI

    Entre el esplendor, pues, alimentado
    de flores, ya suave ahora cera,
    y el dulcemente aroma lagrimado,
    que fragranté del aire luto era,
    los oráculos hizo del estado
    digna merced del Sandoval primera
    el Júpiter novel, de más coronas
    ceñido que sus orbes dos de zonas.

    XXXII

    Su hombro ilustra luego suficiente
    el peso de ambos mundos soberano,
    cual la estrellada máquina luciente
    doctas fuerzas de monte hoy africano;
    ministro escogió tal, a quien valiente,
    absuelto de sus vínculos en vano
    el inmenso hará, el celestial orbe,
    que opreso gima, que la espalda corve.

    XXXIII

    Próvido, el Sando al gran Consejo agrega
    de espada votos y de toga armados,
    que cuarto apenas admitió colega
    la ambición de los triunviros pasados.
    De competente número la griega,
    la prudencia romana, sus senados
    establecieron; bárbaro hoy imperio
    concede a pocos tanto ministerio.

    XXXIV

    Tan exhausta, si no tan acabada,
    halló no solo la real hacienda
    mas lastimosa aún a la insaciada
    del interés voracidad horrenda,
    que España, del marqués solicitada,
    generosa a su rey le hizo ofrenda;
    siglos de oro arrogándose la tierra,
    copia la paz y crédito la guerra.

    XXXV

    Confirmóse la paz, que establecida
    dejó en Vervín Filipo ya Segundo,
    que las últimas sombras de su vida,
    puertas de Jano, horror fueron del mundo.
    De álamos temió entonces vestida
    la urna del Erídano profundo
    sombras, que le hicieron, no ligeras,
    sus Helíades no, nuestras banderas.

    XXXVI

    Alegre en tanto, vida luminosa
    el hijo de la musa solicita
    a la tea nupcial, que perezosa
    le responde su llama en luz ermita;
    en sus conchas el Savo la hermosa
    guardó al Tercer Filipo Margarita
    cuyo candor, en mejor cielo ahora,
    suave es risa de perpetua Aurora.

    XXXVII

    Esta, pues, gloria nuestra, conducida
    con esplendor real, con pompa rara,
    de Graz, con mayor fausto recebida
    del Octavo Clemente fue en Ferrara.
    De joya tal quedando enriquecida
    tan gran corona de tan gran tiara,
    en leños de Liguria el mar incierto
    vencido, Vinaroz le dio su puerto.

    XXXVIII

    De Valencia inundaba las arenas
    España entonces, que su antiguo muro,
    digno sí, mas capaz tálamo apenas
    del himeneo pudo ser futuro.
    Desatadas la América sus venas
    de uno ostentó y otro metal puro:
    ¿qué mucho si, pisando el campo verde,
    plata calzó el caballo que oro muerde?

    XXXIX

    Del leño aun no los senos inconstante
    la bella Margarita había dejado,
    y de su esposo ya escuchaba amante
    lisonjas dulces a Mercurio alado:
    al Sandoval, en céfiros volante,
    de treinta veces dos acompañado
    títulos en España esclarecidos,
    en grana, en oro, el Alba, el Sol, vestidos.

    XL

    Con pompa recebida al fin gloriosa
    la perla boreal fue soberana
    en ciudad vanamente generosa
    de nación generosamente vana.
    Dulce un día después la hizo esposa
    flamante el Castro en púrpura romana.
    Fuese el rey, fuese España, e irreverente
    pisó el mar lo que ya inundó la gente.

    XLI

    Esperaba a sus reyes Barcelona
    con aparato, cual debia, importuno
    a rayo ilustre de tan gran corona,
    a murado tridente de Neptuno.
    Ninguna de las dos real persona
    ni de los cortesanos partió alguno
    sin arra de su fe, de su amor seña,
    aquélla grande, estotra no pequeña.

    XLII

    Al santuario luego su camino
    del monte dirigieron aserrado,
    donde el báculo viste peregrino
    las paredes, que el mástil derrotado.
    De este segundo en religión Casino
    sus pasos votan al Pilar sagrado;
    ufana al recebillos se alboroza
    (mirándose en el Ebro) Zaragoza.

    XLIII

    Del reino convocó los tres estados
    al servicio el marqués y, al bien atento
    del interés real y convocados,
    dacio logró magnífico su intento.
    Sus parques luego el rey, sus deseados
    lares repite, donde entró contento,
    cuando a la pompa respondia el decoro
    en estoque desnudo, en palio de oro.

    XLIV

    Entre el concento, pues, nupcial, oyendo
    del Arno los silencios, nuestro Sando
    las armas solicita, cuyo estruendo
    freno fue duro al florentín Fernando;
    el Fuentes bravo, aun en la paz tremendo,
    vestido acero (bien que acero blando),
    terror fue a todos mudo, sin que entonces
    diestras fuesen de Júpiter sus bronces.

    XLV

    La quietud de su dueño prevenida
    sin efusión de sangre, la campaña
    de Carrión le duele humedecida,
    fértil granero ya de nuestra España,
    pobre entonces y estéril, si perdida
    la mejor tierra que Pisuerga baña;
    la corte les infunde, que del Nilo
    siguió inundante el fructuoso estilo.

    XLVI

    De la esterilidad fue, de la inopia,
    Gamón dulcemente perdonado
    las espigas, los pomos de la copia,
    al Júpiter debidos hospedado.
    Pisuerga, sacro por la urna propia
    y sacro mucho más por el cayado,
    en muros tanto, en edificios medra,
    que sus márgenes bosques son de piedra.

    XLVII

    Vigilante aquí el Denia, cuantos pudo
    prevenir leños, fía a Juan Andrea,
    que a Argel su remo los conduzga mudo,
    si castigado hay remo que lo sea;
    venda el trato al genízaro membrudo
    cuando al corso no hay turco que no crea
    su bajel, que no importa, si en la playa
    el mar se queda, que el bajel se vaya.

    XLVIII

    ¡Oh Argel! ¡Oh de ruinas españolas
    voraz ya campo tu elemento impuro!
    ¡Oh a cuántas quillas tus arenas solas,
    si no fatal, escollo fueron duro!
    ¡Imiten nuestras flámulas tus olas,
    tremolando purpúreas en tu muro,
    que en cenizas te pienso ver surcado
    o de tus ondas o de nuestro arado!

    XLIX

    No ya esta vez, no ya la que al prudente
    Cardona (desmentido su aparato),
    las velas, que silencio diligente
    convocaba, frustró segundo trato.
    Volviéronse los dos: que llama ardiente,
    sin vanas previas de naval recato,
    la justicia vibrando está divina
    contra esta pirática sentina.

    L

    En el mayor de su fortuna halago,
    la que en la rectitud de su guadaña
    Astrea es de las vidas, en Buitrago
    rompió cruel, rompió el valor de España
    en una Cerda. No mayor estrago,
    no (cayendo) ruina más extraña
    hiciera un astro, deformando el mundo,
    enjugando el océano profundo,

    LI

    que de Lerma la ya duquesa, dina
    de pisar gloriosa luces bellas,
    que a su virtud del cielo fue Medina
    cuna, cuando su tálamo no estrellas.
    Cuantas niega a la selva convecina
    lagrimosas dulcísimas querellas
    da a su consorte ruiseñor viudo,
    músico al cielo y a las selvas mudo.

    LII

    Prorrogando sus términos el duelo,
    los miembros nobles, que en tremendo estilo
    trompa final compulsará del suelo,
    en los bronces selló de su lucilo.
    De Pisuerga al undoso desconsuelo
    aun la urna incapaz fuera del Nilo.
    ¿Qué mucho si, afectando vulto triste,
    llora la adulación y luto viste?

    LIII

    Parte en el duque la mayor tuviera
    el sentimiento y aun el llanto ahora,
    si la serenidad no le trojera
    alta del Infantado sucesora;
    la que el tiempo le debe primavera
    al Favonio en el tálamo de Flora,
    siempre bella, florida siempre, el mundo
    al Diego deberá Gómez segundo.

    LIV

    Al que delicia de su padre, agrado
    de sus reyes, lisonja de la corte,
    en coyunda feliz tan grande estado
    el dote fue menor de su consorte,
    Mecenas español, que al zozobrado
    barquillo estudioso ilustre es norte,
    ¡oh cuánta le darán acciones tales
    jurisdicción gloriosa a los metales!

    LV

    No después mucho madre esclarecida
    a Margarita hizo el primer parto,
    que ilustró el hemisferio de la vida
    desde el adusto Can al gélido Arto.
    Palas en esto láminas vestida
    quinto de los planetas quiere al Cuarto
    de los Filipos, duramente hecho
    genial cuna su pavés estrecho.

    LVI

    Sus Gracias Venus a ejercer conduce
    el ministerio de las Parcas triste:
    cardó una el estambre, que reduce
    a sutil hebra la que el huso viste;
    devanándolo otra, lo traduce
    a los giros volúbiles que asiste,
    mientras el culto de las musas coro
    sueño le alterna dulce en plectros de oro.

    LVII

    Agradecido el padre a la divina
    eterna majestad, himnos entona
    en regulados coros, que termina
    la devoción de su real persona;
    Piadoso luego rey, cuantas destina
    penas rigor legal tantas perdona,
    a los que al son de sus cadenas gimen
    en los tenaces vínculos del crimen.

    LVIII

    Señas dando festivas del contento
    universal, el duque las futuras
    al primero previene sacramento,
    que del Jordán lavó aun las ondas puras.
    Emulo su esplendor del firmamento,
    si piedras no lucientes, luces duras
    construyeron salón, cual ya dio Atenas,
    cual ya Roma teatro dio a sus scenas.

    LIX

    Diligencia en sazón tal, afectada
    o casual, concurso más solene,
    del rey hizo britano la embajada,
    y el aplauso que España le previene;
    de la vocal en esto diosa alada,
    aunque litoral Calpe, aunque Pirene
    siempre fragoso, convocó la trompa
    a la alta expectación de tanta pompa.

    LX

    Ambicioso Oriente se despoja
    de las cosas que guarda en sí más bellas;
    Ceilán cuantas su esfera exhala roja
    engasta en el mejor metal centellas;
    de sus veneros registró Camboja
    las que a pesar del sol ostentó estrellas:
    el esplendor, la vanidad, la gala,
    en el templo, en el coso y en la sala.

    LXI

    Desmentido altamente del brocado,
    vínculo de prolijos leños ata
    el palacio real con el sagrado
    templo, erección gloriosa de no ingrata
    memoria al duque, donde abreviado
    el Jordán sacro en márgenes de plata
    dispensó ya el que, digno de tiara,
    de la fe es nuestra vigilante vara.

    LXII

    Ingenioso polvorista luego
    luminosos milagros hizo, en cuanto,
    purpúreos ojos dando al aire ciego,
    mudas lenguas en fuego llovió tanto,
    que, adulada la noche de este fuego,
    no echó menos las joyas de su manto,
    que en la fiesta hicieron subsecuente
    la gala más lucida más luciente.

    LXIII

    Pisó el cénit, y absorto se embaraza,
    rayos dorando el sol en los doseles
    que visten, si no un fénix, una plaza,
    cuyo plumaje piedras son noveles,
    de Dafnes coronada mil, que abraza
    en mórbidos cristales, no en laureles;
    turbado las dejó porque celoso
    a Júpiter bramar oyó en el coso.

    LXIV

    No en circos, no, propuso el duque atroces
    juegos, o gladiatorios o ferales,
    no ruedas que hurtaron ya veloces
    a las metas, al polvo las señales;
    en plaza sí magnífica, feroces,
    a lanza, a rejón muertos, animales,
    flechando luego en céfiros de España
    arcos celestes una y otra caña.

    LXV

    Apenas confundió la sombra fría
    nuestro horizonte, que el salón brillante
    nuevo epiciclo al gran rubí del día,
    y de la noche dio al mayor diamante;
    por láctea después segunda vía,
    un orbe desató y otro sonante
    astros de plata, que en lucientes giros
    batieron con alterno pie zafiros.

    LXVI

    Prolija prevención en breve hora
    se disolvió, y el lúcido topacio,
    que occidental balcón fue de la aurora,
    ángulo quedó apenas del palacio.
    De cuantos la edad mármores devora,
    igual restituyendo al aire espacio
    que ámbito a la tierra, mudo ejemplo
    al desengaño le fabrica templo.

    LXVII

    Solicitado el holandés pirata
    de nuestra paz o de su aroma ardiente,
    no solo no al Témate le desata,
    mas su coyunda a todo aquel Oriente.
    Del mar es de la aurora la más grata,
    cuando no la mayor de continente,
    isla Témate, pompa del maluco,
    de este inquirida siempre y de aquel buco.

    LXVIII

    Esta, pues, que de aquel gran mundo ha sido
    universal emporio de su clavo
    al político lampo, al de torcido
    labio y cabello tormentoso cabo,
    domada fue de quien, por su apellido
    y por su espada ya dos veces Bravo,
    mayor será trofeo la memoria
    que el adelantamiento a su victoria.

    LXIX

    Gracias no pocas a la vigilancia
    del duque atento, cuya diligencia,
    próxima siempre a la mayor distancia,
    sombra individua es de su presencia;
    veneciana estos días arrogancia,
    de vana procedida preeminencia,
    al sacro opuesta celestial clavero,
    esgrimió casi el obstinado acero.

    LXX

    ¡Oh del mar reina tú, que eres esposa,
    cuyos abetos el león seguros
    conduce sacro, que te hace undosa
    Cibeles, coronada de altos muros!
    Alción de la paz ya religiosa,
    los reinos serenaste más impuros.
    ¡Oh Venecia, ay de ti! Sagrada hoy mano
    te niega el cielo, que desquicia a Jano.

    LXXI

    ¡Ay mil veces de ti, precipitada
    mas república al fin prudente! ¿Sabes
    la que a Pedro le asiste cuánta espada
    a sus dos remos es, a sus dos llaves?
    De una y de otra lámina dorada
    sus miembros aun no el Fuentes hizo graves,
    que señas de virtud dieron plebeya
    las togadas reliquias de Aquileya.

    LXXII

    Confuso hizo el arsenal armado
    reseña militar, naval registro
    de sus fuerzas, en cuanto oyó el senado
    alto del rey católico ministro,
    Néstor mancebo, en sangre y en estado
    Castro excelso, dulzura de Caístro;
    éste, pues, variando estilo y vulto,
    duro amenaza, persuade culto.

    LXXIII

    Oración en Venecia rigurosa,
    en Lombardía trompas elocuentes,
    violencia hicieron judiciosa
    a la mayor corona de prudentes.
    Adria, que sorbió ríos ambiciosa,
    tímida ahora, recusando Fuentes,
    reducida desiste, humilde cede
    al Quinto Paulo y a su santa sede.

    LXXIV

    Jacobo, donde al Támisis el día
    mucha le esconde sinuosa vela,
    legítimas reliquias de María,
    sucesión adoptada es de Isabela;
    lo materno que en él, ceniza fría
    de nuevos dogmas, semivivo cela,
    a paz con el católico lo induce,
    afecto que humea si no luce.

    LXXV

    Este pues embrión de luz, que incierto
    vivir apenas esplendor no sabe,
    la nunca extinta púrpura de Alberto
    alentó pía, fomentó suave;
    España a ministerio tanto experto
    varón delega, cuya mano grave,
    alternando instrumentos, persuada
    o con el caduceo o con la espada.

    LXXVI

    El Tassis fue de Acuña esclarecido,
    ya de Villamediana honor primero,
    el que a tan alto asunto delegido,
    suavemente lo trató severo;
    el de sierpes al fin leño impedido,
    el fulminante aun en la vaina acero,
    la paz solicitaron, que Bretaña,
    que deberá, al glorioso conde, España.

    LXXVII

    Alma paz que, después establecida
    del Velasco, del rayo de la guerra,
    la tantos años puerta concluida
    abrió al tráfico el mar, abrió la tierra;
    Iris santa, que, el símbolo ceñida
    de la serenidad, a Ingalaterra,
    a España, en nudo las implica blando,
    de los odios recíprocos ovando.

    LXXVIII

    No menos corvo rosicler sereno
    el país coronó agradable, donde
    en varios de cristal ramos el Reno
    las sienes al océano le esconde;
    el belicoso de la Haya seno,
    bélgico siempre título del conde,
    tronco del néctar fue, que fatigada
    labró la guerra, si la paz no armada.

    LXXIX

    A la quietud de este rebelde polo
    asintió el duque entonces indulgente,
    que, por desenlazarlo un rato solo,
    no ya depone Marte el yelmo ardiente;
    su arco Gintia, su venablo Apolo,
    arrimado tal vez, tal vez pendiente,
    a un tronco éste, aquélla a un ramo fía,
    ejercitados el siguiente día.




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