Edición Española
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    Manuel José Quintana

    Canción

    «Accipe fortunam generis, diadema resume, 
Quod tribuas, natis, et in haec penetralia rursus,
Unde parens progressa, redi.»
    CLAUDIANO


    ¡Oh belleza! alto don, rico tesoro,
    Precioso bien a la mujer guardado,
    Con más vehemencia ansiado
    Que el diamante oriental, y más que el oro;
    ¿Quién te dio ese poder? ¿De quién hubiste
    La magia celestial? En donde quiera
    Que muestres esa lumbre
    Por siempre vencedora,
    Reinar y avasallar como señora,
    Rendir y embelesar es tu costumbre.
    Vedla en los campos de Vertuno y Flora
    Cuando los huella con gallardo brío,
    Y allí en puros aromas y en colores
    Humillará las flores
    Hijas del sol y alumnas del rocío.
    O si ya de la selva en el sombrío
    Recinto, al eco ronco
    Del resonante caracol, las fieras
    Volando en su caballo alza y fatiga;
    Ellas con planta alada huyen ligeras
    De la Ninfa veloz, y huyen en vano
    Su vista penetrante las persigue,
    Y el rayo abrasador arde en su mano.
    Arde y estalla; el plomo silba, caen,
    Y el eco suena en torno. El bosque adora
    Su bella cazadora,
    Ansiando ufano que a batirle vuelva
    La que con su atractivo sobrehumano
    Es Flora en el Jardín, Cintia en la selva.

    Y si en el rico estrado reclinada,
    Cual dama delicada,
    Habla discreta y apacible ríe,
    ¡Oh! cual tras sí los corazones lleva,
    Sea que el pie fugitivo en danzas guíe,
    Sea que al sonoro acento
    De su arpa, herida en delicioso tono,
    Rinda las almas y embellezca el viento!

    Subidla luego al resplandor del trono;
    Y a su aire augusto, a su ademan divino,
    Veréis la tierra enmudecer, postradas
    Ante ella las naciones,
    Y en aplausos sin fin y adoraciones
    Sus destinos cifrar en su destino.
    ¿Qué la beldad no alcanza
    Cuando se une al poder? El mismo cielo
    Obedece a su anhelo,
    Si al cielo acaso conmover le agrada:
    A una sola voz suya, a una mirada,
    Apaga Jove el iracundo rayo,
    Depone Marte la sangrienta espada.

    ¿No es tal, sacra Parténope, la excelsa
    Joven real, cuya dorada cuna
    Tú ya meciste en su primer oriente?
    Ella en su faz purpúrea y noble frente
    Lleva escrita su gloria y su fortuna.
    Y espléndida y riente
    Se lleva por los campos de la vida,
    Cual la estrella de amor cuando en el cielo
    Por los espacios lóbregos se lanza
    A abrir la puerta al venidero día;
    Y brilla con la luz de la alegría,
    Y es bella como es bella la esperanza.

    ¿No es ésta ya la que a la regia silla
    Destina alegre el hado,
    Con el pueblo español menos airado?
    ¿La misma que en la orilla
    Del sebeto feliz creció primero
    A ser delicias del Monarca ibero,
    Y astro de paz benéfico a Castilla?
    ¡Oh cuánto tarda ya! ¿Cómo no llega,
    En alas de los céfiros traída,
    A contentar al público deseo?

    Tú que el soberbio tálamo preparas,
    Mira arder el incienso ante las aras
    Y ven a nuestra voz, santo Himeneo.
    La sien ceñida de amaranto y rosas,
    Con apacible vuelo
    Del Olimpo a la tierra tú desciendes:
    Por do quiera que tiendes
    Las alas vagarosas
    Huyen las nubes, se serena el cielo
    Y de la antorcha al sacudir la llama
    Que la adorable Esposa a Iberia guía,
    Del Ebro a Guadarrama
    Que todo se penetre en tu ambrosía.

    Todo te aplauda: en resonantes himnos
    Todo se inunde: el monte
    Los diga al valle, y los repita el río,
    Y los aprenda el mar. ¡Ella aparece!
    No veis cuál resplandece
    Del arrebol del alba enrojecida,
    Por las gracias ornada,
    Y de alta gloria y majestad cercada?
    ¿No veis cómo a los rayos de su frente
    Todo con grata admiración se inclina?
    Ella es; la augusta Reina de Occidente
    Ella es la amable y celestial Cristina.

    ¡Nombre adorado, y en España ahora
    Primera vez oído, ¡oh! siempre seas
    Con tanto amor y gratitud cantado,
    Como hoy estás de aclamación seguido!
    Estrechamente al de Fernando unido
    Escrito en letras de oro centelleas:
    Y en medio a los magníficos festones
    A las bellas guirnaldas con que el arte
    Tu cifra con la suya enlazar pudo,
    Es más estrecho el nudo
    Con que la voz del regocijo alzando
    Su alborozado aplauso al raudo viento,
    Suben Juntos a herir el firmamento
    Los nombres de Cristina y de Fernando.

    Ven, pues; y de tu estirpe ¡oh nueva Esposa!
    La fortuna recibe: orne tu frente
    La diadema esplendente
    Que pases luego a tu progenie hermosa.
    Aquí nació tu Madre virtuosa:
    De aquí el destino a la dichosa Italia
    Nos la robó; y al saludar contigo
    Este albergue real, un tiempo suyo,
    Ufana de la luz que la acompaña
    Decir parece a su querida España
    «Aun más que te debí te restituyo.»

    ¿Qué te suspende, oh Musa? Ya a Himeneo
    Con su doble guirnalda
    Ceñir la sien de los Esposos veo
    Ya el áureo velo tiende... ¡Ob! No te atrevas
    Más adelante a penetrar... Un día
    La antigua poesía
    En el canto nupcial plácido y leve
    De amor el triunfo celebrar solía;
    Cuando más halagüeña que sublime
    La zozobra pintaba, el gozo, el llanto,
    El inefable encanto
    Del tímido pudor, que cede y gime,
    Y tanto halago, y tanto
    De que entonces te vistes, ¡oh hermosura!
    Para más abrasar: la ufana rosa,
    Cuando a besarla llega
    El céfiro, amorosa
    La pompa así de su beldad desplega.

    No, empero, igual licencia ¡oh Musa mía!
    Te es permitida a ti; mayor reserva
    Se debe a la deidad alta y triunfante,
    Venus sin duda en su gentil semblante,
    Pero en decoro y majestad Minerva.
    Deja ese tono, pues, de mil ya usado
    Y cantado ya a mil: diverso acento
    En este gran momento
    Deberá ser el tuyo, otras las sendas
    Son que el délfico Dios abre a tu gusto;
    Y cuando al son del plectro el aire hiendas,
    Cristina y la virtud te oigan sin susto.

    Desde ese trono excelso en que sentada
    Los ámbitos de Iberia señoreas,
    Tiende la vista y mira en todas partes
    Arcos sublimes, títulos, trofeos,
    Y fiestas en tu honor: dulce tributo
    Que vuelto en gala el doloroso luto
    Rinde a tus plantas la Nación hispana.
    Recibe tú su amor y sus deseos
    Recíbelos ¡oh Ninfa soberana!
    Con dulce afecto a sus plegarias pío
    Y la suprema voluntad doblando
    Del amante Monarca a tu albedrío,
    Haz de tus ojos al clemente fuego
    Benigno el mando y poderoso el ruego.

    Que bien esta región merecedora
    Es de tu afán y maternal cuidado
    Mira con cuánto agrado
    La favorece el sol, qué rico el suelo,
    Qué apacible es el aire; en donde quiera
    Verás la primavera
    Florecer y reír; y el siglo de oro
    Renovando a tu voz, la dura encina
    Y envejecido roble
    De su áspero cabello
    Miel para ti destilarán, ¡Cristina!
    ¿Buscas un bello clima? ¡Este es tan bello!
    ¿Buscas un pueblo noble? ¡Este es tan noble!
    ¿Acaso palmas del honor preguntas?
    El mundo te responda que asombrado,
    Por la española intrepidez doblado,
    Apenas pudo contenerlas juntas.

    Su número fue escándalo; y la suerte,
    El cáliz de favor con que algún día
    Nos embriagó falaz, trocó a rigores
    Dos siglos de dolores
    Vanse a cumplir, y aún viva
    Parece arder su saña vengativa.
    ¡Oh discordia! ¡Oh rencor! Tristes pasiones,
    Ministras viles de venganza extraña,
    Y ajenas tanto al corazón de España,
    ¿No es tiempo ya de que ceséis? ¿No es tiempo
    De que sus hijos alcen
    La frente al cielo con vigor? ¡Pudieran
    Los castellanos pechos,
    A tal fortuna y contratiempos hechos,
    Ser tan grandes aún, si ellos quisieran!

    Y habrán de serlo al fin: que decretado
    Sin duda fue por el querer del cielo
    Este enlace magnífico y sagrado
    Para bien de un gran pueblo. ¡Oh digna Esposa
    Del Monarca español, fiel compañera
    De su incesante afán y alto desvelo!
    Tú en obra tan sublime
    Asístele eficaz; triunfo debido
    Es ese a tu candor, a tu hermosura,
    A tu espíritu excelso... ¡Quién me diera
    Romper el velo que la edad futura
    Entre sombras esconde, y ver mi España
    Acorde dentro, respetada fuera,
    Vuelta a la gloria y rica de ventura
    Acelerad ¡oh cielos! tales días,
    Y salgan ciertas las promesas mías.

    ¡Oh, cómo el Genio imitador entonces
    El inmenso caudal que en sí atesora
    Desplegará, y en mármoles y en bronces
    La efigie hermosa y los ilustres hechos
    Dará de la inmortal restauradora!
    ¿Podrá a tanto bastar la fantasía?
    ¡Ah! mientras que a porfía
    Las artes ostentando sus primores
    Contiendan en su honor, en medio alzada
    Con dulce exaltación y ardiente brío
    Dirá la gratitud: «vuestros loores
    No pueden ser eternos sin el mío.
    Este es el perdurable, el verdadero,
    El que conviene a su bondad divina
    yo la grabé en el pecho al pueblo Ibero
    Cuando en letras de amor puse: ¡Cristina!

    1829




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