Edición Española
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    Manuel Reina

    Baile de máscaras

    El salón, por deliciosas
    mujeres, se halla adornado;
    parece estuche dorado
    lleno de piedras preciosas.
    ¡Oh brillante diversión!
    Notas, perfumes, colores,
    gasas, diamantes y flores,
    en lujosa confusión!
    Los brilladores reflejos
    de los ojos de las bellas;
    la luz, salpicando estrellas
    en los grandiosos espejos;
    los tapices, las pinturas,
    los elegantes tocados,
    las alfombras, los brocados,
    las correctas esculturas,
    los cojines orientales,
    las blondas, la gentileza
    de las damas, la riqueza
    de mármoles y cristales,
    el raso, perlas y tul,
    plumas, risas y fragancia,
    forman de la hermosa estancia
    un mundo de oro y azul
    ..............................
    Allí se ve al caballero
    feudal, al cinto la espada,
    ostentando la celada
    y la cota del guerrero,
    prodigando madrigales
    a una linda jardinera
    de rizada cabellera
    y pupilas celestiales.
    Allá, un alegre estudiante
    baila con una sultana;
    aquí, una lista aldeana
    se burla de un almirante.
    Allí, un grave capuchino
    de mirada tenebrosa
    y barba blanca y sedosa,
    baila, en raudo torbellino,
    con una bella gitana
    que luce negra mantilla,
    y exhibe la pantorrilla
    bajo la falda de grana.
    Mirad, mirad aquel clown
    en brazos de alta señora;
    ved aquí, esta labradora
    bailar con un infanzón.
    Allá, marcha un mosquetero
    con una monja del brazo;
    mirad, en estrecho lazo,
    una reina y un torero.
    Allí, un astrónomo gira
    bordado el manto de estrellas
    en derredor de las bellas
    aquel trovador suspira.
    Y se encuentran confundidos
    payasos, reyes, gitanos,
    griegos, moros y cristianos,
    guerreros, frailes, bandidos.
    Monjas, magas, bailarinas,
    labradoras y princesas,
    rusas, gitanas, inglesas,
    moras, gallegas y chinas.
    Y en medio de ese ruido,
    de esta locura y afán,
    del espumante champán
    se oye el báquico estampido.
    Y vestido de escarlata,
    y ceñida la tizona,
    Mefistófeles entona
    la sublime serenata.




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