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    Manuel Reina

    A Núñez de Arce

    EN SU CORONACIÓN

    I

    Un genio ardiente, un alma vengadora
    reclama ya la universal conciencia:
    brilla el cinismo, triunfa la licencia,
    y la maldad se yergue vanidosa.
    Falta un genio de voz atronadora
    que maldiga del mundo y la impudencia,
    reduzca al ambicioso a la impotencia
    y arranque tanta máscara traidora.
    Un genio, sí, de frente inmaculada
    que convierta su pluma de diamante
    en látigo de fuego o recia espada;
    y que ostente en su espíritu radiante
    de Tácito, la cólera sagrada
    y el estro airado del terrible Dante.

    II

    Ese genio inmortal, esa alma austera
    sólo puedes ser tú, sublime vate:
    tú, en cuya estrofa cincelada late
    noble y augusta la verdad sincera.
    Tú, cuya inspiración robusta y fiera
    da al crimen y al error tremendo embate
    en los valientes Gritos del combate,
    donde solloza nuestra edad entera.
    Tú sólo puedes ser el soberano
    poeta vengador, porque has reunido
    las virtudes del pueblo castellano,
    y en tu grandioso canto enardecido
    suena potente del león hispano
    el formidable aterrador rugido.

    III

    Hoy que el mundo latino te proclama
    emperador del Arte; hoy que un senado,
    de noble admiración arrebatado,
    ciñe a tu frente el lauro de la fama,
    piensa en la humanidad que sufre y clama,
    y pon la vista en nuestro pueblo amado
    que, roto, escarnecido y desgraciado,
    en ti, varón insigne, espera y ama.
    ¡Y hace bien, vive Dios!... Ya me parece
    que estallan furibundos tus acentos!
    ¡Ya el mal, amedrentado, se estremece!
    ¡Ya las cuerdas de bronce de tu lira
    se transforman en látigos sangrientos!
    ¡Ya miro arder el hierro de tu ira!




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