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    Marcelino Menéndez y Pelayo

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    Si dura ley, señora,
    Impide que mi voz presente y viva,
    O encadenada en letra mensajera,
    Amante vuele a acariciar tu oído,
    ¿Consentirás al menos
    Que el ritmo vago, como el aire libre,
    Indomeñable, etéreo,
    Que ni montes ni alcázares detienen
    Y halaga y duerme al velador tirano,
    Y nada dice y lo revela todo,
    Las alas tienda desde el fresco seno
    De mis cántabros valles, y penetre
    En la áurea estancia do tu pecho yace
    En la nocturna calma?

    Sí lo consentirás; que lidio sólo
    Con la espada del canto,
    Y ni tesoros ni grandezas tengo
    Que arrojar a tus plantas;
    Y si tú me recuerdas
    Alguna vez en solitarias horas,
    No será por los triunfos y laureles
    Que siembre a Fortuna en mi camino,
    Sino por la recóndita armonía
    Que vibró de tus ojos en mi mente,
    Y arrancó, reflejada en mis cantares,
    Tal vez una sonrisa de tus labios.

    ¿Me olvidarás, gentil iniciadora,
    Profetisa de amor, Diótima nueva,
    Que a mi sediento espíritu ofreciste
    Tan alta y celestial sabiduría,
    Cual la que oyera Sócrates severo
    De la extraña mujer de Mantinea?
    Amor, divino intérprete y ministro,
    Que al cielo lleva los humanos votos,
    O al hombre trae la inspiración sagrada;
    Lazo que traba y une
    En síntesis armónica y fecunda
    El mundo real y el mundo de la idea;
    Amor es el demonio
    Que describe Platón, mañoso, artero,
    Ágil y vigoroso,
    Porque heredó de Poros la firmeza,
    Hábil encantador, sofista y mago.
    Dura pobreza le educó a sus pechos,
    Y anda descalzo, sin hogar ni lumbre,
    Ansiando siempre por lo hermoso y bueno.

    Ése es mi amor; el inmortal deseo
    Que antes erraba sin hallar reposo,
    Y ora descansa, y yacerá por siempre,
    En el centro sagrado de tu alma,
    Como en su propia esfera. Allí respira
    Y vive para ti, tú le custodias,
    Ni un punto romperá su alegre cárcel;
    Pasan por él los ruidos de la tierra
    Sin conmoverle; y por extraño modo,
    Cuanto él quiere, medita y fantasea,
    Tu solo pensamiento lo contiene;
    Y bellas son por ti las cosas bellas,
    Alegre el sol porque tu faz alumbra,
    Áureas las flores si tu frente ciñen,
    Y apetecible el lauro y la victoria
    Si huellas tú la conquistada palma.

    ¿Cómo olvidarte yo, si eres la fuente
    De todo buen pensar; si tú lanzaste
    Al surco de mi alma
    Los gérmenes primeros
    De propia inspiración y altivo canto;
    Si sangre y jugo y plástica hermosura
    Tal vez al mármol diste,
    Que antes labraba yo con torpe mano;
    Si alguna de las Gracias que en ti moran,
    Y fáciles, ligeras,
    Cual enjambre de abejas del Himeto,
    Bullen del labio tuyo desprendidas,
    Endulzó con su miel el acre fruto
    De mi indómito, agreste y rudo ingenio?
    ¡Oh! ¡cuánta y cuánta plática sabrosa,
    Como el rocío sobre yerba nueva,
    A refrescar mi espíritu bajaron!
    ¡Cómo se abrió risueña ante mis ojos
    La de esperanzas opulenta vida!

    ¡Que no las hiele el viento de la ausencia,
    Dulce señora mía,
    Mi sola voluntad, mi pensamiento!
    ¡Florezcan inmortales
    En las dos almas por un Dios unidas!


    Agosto de 1880.




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