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    María Josefa Massanés

    Oriental

    Yo no trocaría, esclava,
    mi tez por tu tez morena,
    ni tus ojos de acebache
    Con mis ojos de Gazela,
    Ni los blondos rizos mios
    Por tu negra cabellera,
    Ni mis ricos borceguies
    por tu menuda chinela,
    Ni las decenas de aljófar
    con que tu cuello rodeas
    Por las sartas con que el mio
    Cubren de coral y perlas:

    No trocaria, cristiana,
    por tus límpidas vidrieras
    mis celosias cerradas
    y mis ventanas estrechas,
    mi harem por tu rica alcázar,
    mis torres por tus almenas;
    por tus sillones dorados
    mis cojines de oro y felpa:
    ni por tus tapicerias
    mis alfombrados de Persia;
    Ni mis jóvenes esclavas
    por tus enlutadas dueñas:

    No trocaria tus parques,
    cerrados con frágil reja,
    con el pardo y alto muro
    que mis jardines rodea;
    ni por tus flores las mias
    tus bosques de madreselva
    por mis bosques de rosales,
    cinamomos y palmeras.

    Yo no cambiára, Cristiana,
    con la tuya mi riqueza,
    mis záfiros y diamantes,
    plumas, brocados y telas,
    ni mis baños voluptuosos,
    ni mis fragantes esencias,
    ni tus danzas con las mias,
    Vuestras zambras con las nuestras...
    Mas... Alá sabe, Cristiana,
    que cuanto tengo cediera
    porque la ley de mi pueblo
    fuese como la ley vuestra,
    que del musulman mi dueño
    ablandára la fiereza,
    y su tálamo y caricias,
    y sus desvelos y fiestas,
    para la esposa que elige
    esclusivamente fueran.
    ¡Oh! si me viera querida
    como lo soys, Nazarenas,
    los goces del paraiso
    insulsos me parecieran;
    y diera, si fuese mio,
    el sepulcro del profeta.

    Esto le decia Argira
    mora celosa y discreta.
    Á su favorita esclava,
    Á la linda Berenguela
    que al punto repuso altiva
    con noble ardor y entereza:

    En poco tengo, Señora,
    tus riquezas y las mias,
    tu peregrina hermosura,
    y mi belleza espresiva;
    mis deslumbrantes tisúes,
    tus sargas y cachemiras,
    tus odoríferos baños,
    y tus desnudas mesquitas,
    y los mios y los tuyos
    tesoros y pedrerias.

    Yo te cediera gustosa
    mis palacios y mis villas,
    y el coronar en torneos
    nuestra juventud florida,
    y el ver correr leves cañas
    á vuestra turba morisma,
    con los eunucos que atienden
    tus mandatos de rodillas;
    mis bufones, mis caballos
    y halcones te cederia;
    y las pláticas mas dulces
    que el veraz amor inspira.

    Á nuestros tiernos amantes
    en la noble patria mia,
    y el corazon mas constante
    que cristiano pecho abriga,
    todo lo diera, señora,
    hasta mi libertad misma,
    por ver cruzadas cohortes
    atravesar Palestina
    y reconquistar la joya,
    por nuestra mengua perdida,
    en cuyo centro el Dios-hombre
    solo descansó tres días.

    Dijo, sonrió la Mora,
    y sollozó la Cautiva.


    Abril de 1837




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