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    Tomás de Iriarte

    El gato, el lagarto y el grillo

    (Por más ridículo que sea el estilo retumbante, siempre habrá necios que le aplaudan, sólo por la razón de que se quedan sin entenderle.)


    Ello es que hay animales muy científicos
    en curarse con varios específicos,
    y en conservar su construcción orgánica,
    como hábiles que son en la botánica,
    pues conocen las hierbas diuréticas,
    catárticas, narcóticas, eméticas,
    febrífugas, estípticas, prolíficas,
    cefálicas también y sudoríficas.
    En esto era gran práctico y teórico
    un gato, pedantísimo retórico,
    que hablaba en un estilo tan enfático
    como el más estirado catedrático.
    Yendo a caza de plantas salutíferas,
    dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
    Quiero por mis turgencias semihidrópicas
    chupar el zumo de hojas heliotrópicas.»
    Atónito el lagarto con lo exótico
    de todo aquel preámbulo estrambótico,
    no entendió más la frase macarrónica
    que si le hablasen lengua babilónica;
    pero notó que el charlatán ridículo,
    de hojas de girasol llenó el ventrículo,
    y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
    he entendido lo que es zumo heliotrópico.»
    ¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
    aunque se fue en ayunas del catálogo
    de términos tan raros y magníficos,
    hizo del gato elogios honoríficos!
    Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
    y el hablar liso y llano por demérito.
    Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
    cláusulas y metáforas diabólicas,
    de retumbantes voces el depósito
    apuran, aunque salga un despropósito,
    caiga sobre su estilo problemático
    este apólogo esdrújulo-enigmático.




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