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    Vicente Wenceslao Querol

    Ausente

    Ya promediado el curso de mi vida,
    y cuando en lontananza
    se hunde el pálido sol de la esperanza,
    hacia la edad perdida
    pláceme sólo que la mente vuelva,
    cual vuelve el ave en el otoño al nido
    que dejó, ingrata, en la africana selva.

    Ella vuelve...yo no. Patria distante,
    con la que siempre enternecido sueño,
    como guarda el amante
    la imagen fiel de su adorado dueño,
    yo de tu imagen propia
    guardo en el pecho la imborrable copia,
    y a ti, como el exceso
    él de su afán enamorado calma
    sellándola con prolongado beso,
    yo doy también los besos de mi alma.
    Desde estas mustias y áridas colinas
    mirando hacia el Oriente
    fínjome ver tus costas blanquecinas,
    tu alegre campo y cielo transparente.
    De las volcadas urnas de tus ríos
    huye el caudal sonoro
    por los bosques umbríos
    de naranjos en flor con frutos de oro;
    de tus jardines sube
    incesante el aroma de tus flores,
    como de incienso la sagrada nube
    del fuego del altar de los amores;
    bajan de tus montañas,
    conversando entre sí con rumor leve,
    el arroyo perdido entre las cañas
    y el viento que las mueve;
    posan en tus riberas,
    olvidadas del vuelo,
    las raudas golondrinas pasajeras;
    copian tus lagos el azul del cielo;
    te dora el sol con lumbres de topacio,
    y a cada flor que brota de tu suelo
    se abre una estrella en tu anchuroso espacio.
    Valle escondido en la montaña umbrosa;
    llano cubierto con la mies dorada;
    pradera deleitosa;
    tarde apacible y soledad callada;
    frondosos olivares;
    palmas que el viento halagador cimbrea;
    campanario lejano de la aldea;
    vela perdida en los azules mares;
    faldas del monte oscuras;
    cimas, al rayo de la tarde rojas;
    chozas de las llanuras,
    cuyos umbrales el parral sombrea;
    lluvia que baña las nacientes hojas;
    brisa que las orea;
    cipreses de la ermita;
    altar lleno de luces y de aroma;
    gradas de piedra de la cruz bendita;
    torre del moro en la redonda loma;
    remanso del molino;
    ánades blancos de las verdes charcas;
    playas del mar dormido y cristalino;
    redes colgadas de las viejas barcas;
    largo surco entreabierto
    por la mojada tierra;
    negros frutales del antiguo huerto,
    y alta pared con yedras que lo cierra;
    canción de amor en el materno idioma
    por los senderos cuando el alba asoma;
    claras noches de estrellas;
    luna, del mar nacida;
    crepúsculos rojizos, cuyas huellas
    duran como una amante despedida;
    tiernas memorias bellas
    sois, con que engaño mi dolor presente,
    forjándome con ellas
    la imagen santa de mi patria ausente.

    ¡Cuántas veces a solas,
    junto a mi hogar, las noches del invierno,
    ciudad que arrullan las mugientes olas,
    con el conjuro tierno
    yo, del cariño filial te evoco,
    y, alucinado o loco,
    fíngeme la memoria
    que por tus calles silenciosas entro,
    y a todas partes donde voy encuentro
    hojas dispersas de mi humilde historia!

    Viejo portal de la temida escuela
    de mi niñez, en cuyo fondo oscuro
    aún mi alma al flaco preceptor recela,
    plaza de nuestros juegos; tosco muro
    del caserón, en donde
    la fantasma del cuento me figuro
    que aún de noche se esconde;
    iglesia adonde, niño,
    fui a extasiarme en las luces y en las flores,
    mancebo, fui a las citas del cariño,
    y hombre, a implorar consuelo en mis dolores;
    aulas donde al concurso
    explicaban las ciencias sus secretos,
    mientras que yo las páginas del curso
    llenaba de sonetos;
    cuarto de mis lecturas;
    casa natal deshabitada y vieja;
    calle de las nocturnas aventuras,
    cuando rondaba la entornada reja;
    alamedas del río
    donde vagué soñando a mi albedrío;
    fuentes que al paso hablábanme contentas;
    arcos ojivos del dintel del templo;
    torres de nuestros padres, duro ejemplo
    de las férreas edades turbulentas,
    y ora mudos testigos
    de cuanto fue y ha muerto;
    hogar de mis amigos,
    siempre a mi planta conocida abierto:
    vosotros sois el venturoso nido,
    donde el que siente un corazón que ama
    vive exento del miedo y, del reproche;
    mientras que el nuevo hogar en que hoy resido
    es para mí como la estéril rama
    donde el ave, al pasar, duerme una noche.

    Yo pido sólo a Dios que el primer rayo
    de luz que vi bajo el paterno techo
    sea el que alumbre mi postrer desmayo;
    que en torno de mi lecho
    callada vele, al acabar mi vida,
    la amistad de la infancia, con estrecho
    lazo su mano por mi mano asida;
    que entre rotos sollozos comprimidos
    bañen mi faz con lágrimas y besos
    mis hermanos queridos,
    que son mi sangre y hueso de mis huesos;
    que de mi vida el apagado germen
    caiga en la fosa pobre y siempre abierta
    donde de antiguo mis mayores duermen;
    y que al pasar mi espíritu la puerta
    de ese oscuro destino,
    ante el que tiembla la esperanza incierta,
    encuentre, señalándome el camino,
    la dulce sombra de mi hermana muerta.




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