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    Vicente Wenceslao Querol

    A Jesucristo

    ¡Paz en la tierra! El águila romana
    tras largos vuelos retornó a su nido
    la rica presa a devorar ufana
    de todo un mundo a su poder vencido.
    ¡Paz en los anchos mares!
    Ya el marinero, cual debida ofrenda,
    cuelga la húmeda vela al negro muro
    del templo de sus dioses tutelares.
    Ciñe la frente Octavio
    de verde oliva, símbolo de paces,
    y a una señal de su potente mano
    dóblanse al suelo las sangrientas haces,
    las puertas cierra de su templo Jano.

    Del César con la púrpura ceñida,
    diadema de cien reyes por corona,
    al arrullo del Tíber adormida
    Roma descansa, la imperial matrona.
    Grecia sus dioses le donó, el Oriente
    la púrpura y el oro,
    Cartago el mar, la Iberia su valiente
    pueblo sin paz, temor de las naciones,
    Italia noches de placer serenas,
    y sus manchados tigres y leones
    Libia mandó del circo a las arenas.

    ¿Qué tiene en tanto la ciudad señora
    que en el lecho de flores duerme inquieta?
    ¿Por qué, su origen recordando, llora
    en dulces versos su inmortal poeta?
    ¿Por qué siente ese frío
    dentro del corazón, y el pueblo todo
    se estremece en el circo en miedos vagos?
    ¿Le trajo el viento del clarín del Godo
    el son que anuncia mortandad y estragos?
    Es que trocó su fe por loco orgullo;
    es que manchó su túnica de lodo,
    y el ¡ay! del moribundo fue su arrullo:
    por eso siente el corazón beodo
    débil latir y su energía brava,
    que en el vacío del placer se abisma:
    reina del mundo y de su orgullo esclava
    negó el Olimpo y se adoró a si misma.

    ¿Dónde la Fe? Perdida la esperanza
    que con místico lazo al cielo unía,
    huérfano el hombre queda;
    y el mundo a la ventura,
    ya de la duda entre la niebla fría,
    ya de la nada entre la noche oscura,
    lejos del sol de las verdades rueda.

    La Fe está allá: colinas aromosas
    cubiertas de racimos,
    rientes valles, noches misteriosas,
    dulces frutos opimos;
    sombra de las palmeras,
    céfiros de las tardes calurosas
    que dais suspiros vagos,
    torrente aprisionado en las laderas
    que te derramas en tranquilos lagos,
    monte que guardas a tu pie la aldea,
    ahí en vosotros, misterioso, es donde
    el germen sacro de la Fe se esconde
    que al mundo absorto mostrará Judea.

    Vírgenes de Sión, que en la llanura
    ceñidas de guirnaldas,
    dais a los soplos de la tarde pura
    el canto alegre y las flotantes faldas,
    ¿Por qué la voz que suena en la floresta
    se cambia en un suspiro?
    ¿Por qué bajo las galas de la fiesta
    la palidez de los insomnios miro?
    ¿Por qué en el templo por la noche vela
    el sacerdote sobre el libro santo
    y descifrarle anhela,
    y estremecido, a par de su salterio,
    modula en dulce, incomprensible canto,
    palabras de esperanza y de misterio?
    Es que se cumplen los sagrados días:
    alzad, hombres, las frentes;
    digan sus alegrías
    los montes, las llanuras, las ciudades,
    que llega el esperado de las gentes,
    que llega el prometido en las edades.

    En su inclinada frente pensadora
    la luz de Moisés brilla:
    es Jeremías cuando triste llora,
    es Isaac en la piedad sencilla.
    De Job la mansedumbre
    y de Josué el valor en sí atesora;
    le sigue en pos la inmensa muchedumbre
    de un pueblo que le adora.
    De las montañas sobre el ardua cumbre
    brota esa voz de su inspirado labio,
    que es en la noche de los tiempos lumbre,
    miedo del fuerte y confusión del sabio.
    Decid, ¿cuál es su misterioso nombre?
    Nadie lo sabe, y claro se adivina
    al ángel tras el hombre,
    y en la cárcel de barro alma divina.

    ¡Mejor que el hombre le conoce el mundo!
    ved cuál se extiende alfombra de sus plantas
    el ancho mar profundo.
    Mensajeros de Dios, los mansos vientos
    van a decirle sus palabras santas
    con flébiles acentos.
    De invisibles cantores la armonía
    le saluda a su paso,
    y es la aureola de su frente el día
    muriendo en el ocaso.
    La creación ante sus pies rendida
    no opone a su poder, poder más fuerte:
    Él solo ha sido origen de su vida,
    sólo Él será la causa de su muerte.

    ¿Queréis saber quién es? En lo futuro
    clavad vuestra mirada.
    ¿Qué apercibís en ese fondo oscuro
    do va a brotar un mundo de la nada?
    Errantes por los ásperos senderos
    hombres extraños miro,
    y en la ciudad, del campo en los linderos
    dan al viento un suspiro.
    Muchedumbres inquietas
    en torno suyo su palabra escuchan.
    Oigo su voz, que es voz de los profetas,
    y combaten y luchan.
    Y el siervo ha rechazado el torpe yugo,
    y el hombre igual al hombre se levanta,
    y se convierte en víctima el verdugo
    que más la vida que la muerte espanta.
    Nada vale el furor de las legiones,
    nada la hoguera que encendida humea,
    nada el poder del solio,
    nada del circo hambrientos los leones,
    a detener la marcha de la idea
    que sube al Capitolio.

    [...]

    Y hubo noche de sombra y de misterio;
    se oyó estertor de un mundo que moría,
    desolación y asombros;
    y del romano imperio
    viéronse sólo en el siguiente día
    los sangrientos escombros.

    [...]

    Y luego voces de contento suenan,
    y ante la cruz rendidos,
    los siglos con los siglos se encadenan
    lejos, allá en la eternidad perdidos.

    ¿Le conocisteis ya? Sobre la tierra
    fija la firme planta;
    con abrazo de amor al orbe cierra;
    su frente hasta los astros se levanta.
    Viene a llenar el insondable abismo
    del corazón del hombre.
    Sólo igual a sí mismo
    no tiene patria ni conoce nombre.
    Es la santa creencia,
    es la oración del religioso labio;
    en Él concluye el libro de la ciencia.
    Él es el solo sabio.
    La creación sus galas le prepara.
    Nadie a su ley contrario
    con torpe duda su piedad ofenda:
    en su Templo de Paz la tierra es ara,
    el corazón del hombre rica ofrenda,
    el cielo el santuario.

    [...]

    ¿Qué hizo el mortal? El día se oscurece,
    del Gólgota en la cumbre solitaria so
    de Dios el hijo con baldón perece:
    no alcéis por Él la mística plegaría;
    tras breve muerte romperá el sudario.

    [...]

    ¡Ay del que brinda amor a los humanos!
    El hombre, en cambio de su bien, ofrece
    una Cruz y un Calvario.




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