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    Baltasar Gracián y Morales

    Oráculo manual y arte de la prudencia (251-300)

    251. Hanse de procurar los medios humanos como si no hubiese divinos, y los divinos como si no hubiese humanos.

    Regla de gran maestro; no hay que añadir comento.

    252. Ni todo suyo, ni todo ajeno: es una vulgar tiranía.

    Del quererse todo para sí se sigue luego querer todas las cosas para sí. No saben estos ceder en la más mínima, ni perder un punto de su comodidad. Obligan poco, fíanse en su fortuna, y suele falsearles el arrimo. Conviene tal vez ser de otros para que los otros sean de él, y quien tiene empleo común ha de ser esclavo común, o "renuncie el cargo con la carga", dirá la vieja a Adriano. Al contrario, otros todos son ajenos, que la necedad siempre va por demasías, y aquí infeliz: no tienen día, ni aun hora suya, con tal exceso de ajenos, que alguno fue llamado "el de todos". Aun en el entendimiento, que para todos saben y para sí ignoran. Entienda el atento que nadie le busca a él, sino su interés en él, o por él.

    253. No allanarse sobrado en el concepto.

    Los más no estiman lo que entienden, y lo que no perciben lo veneran. Las cosas, para que se estimen, han de costar. Será celebrado cuando no fuere entendido. Siempre se ha de mostrar uno más sabio y prudente de lo que requiere aquel con quien trata para el concepto, pero con proporción, más que exceso. Y si bien con los entendidos vale mucho el seso en todo, para los más es necesario el remonte. No se les ha de dar lugar a la censura, ocupándolos en el entender. Alaban muchos lo que, preguntados, no saben dar razón. ¿Por qué? Todo lo recóndito veneran por misterio y lo celebran porque oyen celebrarlo.

    254. No despreciar el mal por poco, que nunca viene uno solo.

    Andan encadenados, así como las felicidades. Van la dicha y la desdicha de ordinario adonde más hay; y es que todos huyen del desdichado y se arriman al venturoso. Hasta las palomas, con toda su sencillez, acuden al homenaje más blanco. Todo le viene a faltar a un desdichado: él mismo a sí mismo, el discurso y el conorte. No se ha de despertar la desdicha cuando duerme. Poco es un deslizar, pero síguese aquel fatal despeño, sin saber dónde se vendrá a parar, que así como ningún bien fue del todo cumplido, así ningún mal del todo acabado. Para el que viene del cielo es la paciencia; para el que del suelo, la prudencia.

    255. Saber hacer el bien: poco, y muchas veces.

    Nunca ha de exceder el empeño a la posibilidad. Quien da mucho, no da, sino que vende. No se ha de apurar el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado, quebrará la correspondencia. No es menester más para perder a muchos que obligarlos con demasía. Por no pagar se retiran, y dan en enemigos, de obligados. El ídolo nunca querría ver delante al escultor que lo labró; ni el empenado, su bienhechor al ojo. Gran sutileza del dar, que cueste poco y se desee mucho, para que se estime más.

    256. Ir siempre prevenido: contra los descorteses, porfiados, presumidos y todo género de necios.

    Encuéntranse muchos, y la cordura está en no encontrarse con ellos. Ármese cada día de propósitos al espejo de su atención, y así vencerá los lances de la necedad. Vaya sobre el caso, y no expondrá a vulgares contingencias su reputación: varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia. Es dificultoso el rumbo del humano trato, por estar lleno de escollos del descrédito; el desviarse es lo seguro, consultando a Ulises de astucia. Vale aquí mucho el artificioso desliz. Sobre todo, eche por la galantería, que es el único atajo de los empeños.

    257. Nunca llegar a rompimiento, que siempre sale de él descalabrada la reputación.

    Cualquiera vale para enemigo, no así para amigo. Pocos pueden hacer bien, y casi todos mal. No anida segura el águila en el mismo seno de Júpiter el día que rompe con un escarabajo: con la zarpa del declarado irritan los disimulados el fuego, que estaban a la espera de la ocasión. De los amigos maleados salen los peores enemigos; cargan con defectos ajenos el propio en su afición. De los que miran, cada uno habla como siente y siente como desea, condenando todos, o en los principios, de falta de providencia, o en los fines, de espera; y siempre de cordura. Si fuere inevitable el desvío, sea excusable, antes con tibieza de favor que con violencia de furor. Y aquí viene bien aquello de una bella retirada.

    258. Buscar quien le ayude a llevar las infelicidades.

    Nunca será solo, y menos en los riesgos, que sería cargarse con todo el odio. Piensan algunos alzarse con toda la superintendencia, y álzanse con toda la murmuración. De esta suerte tendrá quien le excuse o quien le ayude a llevar el mal. No se atreven tan fácilmente a dos, ni la fortuna, ni la vulgaridad, y aun por eso el médico sagaz, ya que erró la cura, no yerra en buscar quien, a título de consulta, le ayude a llevar el ataúd: repártese el peso y el pesar, que la desdicha a solas se redobla para intolerable.

    259. Prevenir las injurias y hacer de ellas favores.

    Más sagacidad es evitarlas que vengarlas. Es gran destreza hacer confidente del que había de ser émulo, convertir en reparos de su reputación los que la amenazaban tiros. Mucho vale el saber obligar: quita el tiempo para el agravio el que lo ocupó con el agradecimiento. Y es saber vivir convertir en placeres los que avían de ser pesares. Hágase confidencia de la misma malevolencia.

    260. Ni será ni tendrá a ninguno todo por suyo.

    No son bastantes la sangre, ni la amistad, ni la obligación más apretante, que va grande diferencia de entregar el pecho o la voluntad. La mayor unión admite excepción; ni por eso se ofenden las leyes de la fineza. Siempre se reserva algún secreto para sí el amigo, y se recata en algo el mismo hijo de su padre; de unas cosas se celan con unos que comunican a otros, y al contrario, con que se viene uno a conceder todo y negar todo, distinguiendo los términos de la correspondencia.

    261. No proseguir la necedad.

    Hacen algunos empeño del desacierto, y porque comenzaron a errar, les parece que es constancia el proseguir. Acusan en el foro interno su yerro, y en el externo lo excusan, con que si cuando comenzaron la necedad fueron notados de inadvertidos, al proseguirla son confirmados en necios. Ni la promesa inconsiderada, ni la resolución errada inducen obligación. De esta suerte continúan algunos su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren ser constantes impertinentes. 262. Saber olvidar: más es dicha que arte. Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no convendría: en lo que ha de dar pena es prolija y en lo que había de dar gusto es descuidada. Consiste a veces el remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hacerla a tan cómodas costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno. Exceptúanse los satisfechos, que en el estado de su inocencia gozan de su simple felicidad.

    263. Muchas cosas de gusto no se han de poseer en propiedad.

    Más se goza de ellas ajenas que propias. El primer día es lo bueno para su dueño, los demás para los extraños. Gózanse las cosas ajenas con doblada fruición, esto es, sin el riesgo del daño y con el gusto de la novedad. Sabe todo mejor a privación: hasta el agua ajena se miente néctar. El tener las cosas, a más de que disminuye la fruición, aumenta el enfado tanto de prestarlas como de no prestarlas. No sirve sino de mantenerlas para otros, y son más los enemigos que se cobran que los agradecidos.

    264. No tenga días de descuido.

    Gusta la suerte de pegar una burla, y atropellará todas las contingencias para coger desapercibido. Siempre han de estar a prueba el ingenio, la cordura y el valor; hasta la belleza, porque el día de su confianza será el de su descrédito. Cuando más fue menester el cuidado, faltó siempre, que el no pensar es la zancadilla del perecer. También suele ser estratagema de la ajena atención coger al descuido las perfecciones para el riguroso examen del apreciar. Sábense ya los días de la ostentación, y perdónalos la astucia, pero el día que menos se esperaba, ése escoge para la tentativa del valer.

    265. Saber empeñar los dependientes.

    Un empeño en su ocasión hizo personas a muchos, así como un ahogo saca nadadores. De esta suerte descubrieron muchos el valor, y aun el saber, que quedara sepultado en su encogimiento si no se hubiera ofrecido la ocasión. Son los aprietos lances de reputación, y puesto el noble en contingencias de honra, obra por mil. Supo con eminencia esta lección de empeñar la católica reina Isabela, así como todas las demás; y a este político favor debió el Gran Capitán su renombre, y otros muchos su eterna fama: hizo grandes hombres con esta sutileza.

    266. No ser malo de puro bueno.

    Eslo el que nunca se enoja: tienen poco de personas los insensibles. No nace siempre de indolencia, sino de incapacidad. Un sentimiento en su ocasión es acto personal. Búrlanse luego las aves de las apariencias de bultos. Alternar lo agrio con lo dulce es prueba de buen gusto: sola la dulzura es para niños y necios. Gran mal es perderse de puro bueno en este sentido de insensibilidad.

    267. Palabras de seda, con suavidad de condición.

    Atraviesan el cuerpo las jaras, pero las malas palabras el alma. Una buena pasta hace que huela bien la boca. Gran sutileza del vivir, saber vender el aire. Lo más se paga con palabras, y bastan ellas a desempeñar una imposibilidad. Negóciase en el aire con el aire, y alienta mucho el aliento soberano. Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para confitar palabras, que saben bien a los mismos enemigos. Es el único medio para ser amable el ser apacible.

    268. Haga al principio el cuerdo lo que el necio al fin.

    Lo mismo obra el uno que el otro; sólo se diferencian en los tiempos: aquél en su sazón y éste sin ella. El que se calzó al principio el entendimiento al revés, en todo lo demás prosigue de ese modo: lleva entre pies lo que había de poner sobre su cabeza; hace siniestra de la diestra, y así es tan zurdo en todo su proceder. Sólo hay un buen caer en la cuenta. Hacen por fuerza lo que pudieran de grado; pero el discreto luego ve lo que se ha de hacer, tarde o temprano, y ejecútalo con gusto y con reputación.

    269. Válgase de su novedad, que mientras fuere nuevo, será estimado.

    Aplace la novedad, por la variedad, universalmente; refréscase el gusto y estímase más una medianía flamante que un extremo acostumbrado. Rózanse las eminencias, y viénense a envejecer; y advierta que durará poco esa gloria de novedad: a cuatro días le perderán el respeto. Sepa, pues, valerse de esas primicias de la estimación y saque en la fuga del agradar todo lo que pudiera pretender; porque si se pasa el calor de lo reciente, resfriaráse la pasión, y trocarse ha el agrado de nuevo en enfado de acostumbrado, y crea que todo tuvo también su vez, y que pasó.

    270. No condenar solo lo que a muchos agrada.

    Algo hay bueno, pues satisface a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y cuando errónea, ridícula; antes desacreditará su mal concepto que el objeto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no sabe topar con lo bueno, disimule su cortedad y no condene a bulto, que el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dicen, o es, o quiere ser.

    271. El que supiere poco, téngase siempre a lo más seguro.

    En toda profesión; que aunque no le tengan por sutil, le tendrán por fundamental. El que sabe puede empeñarse y obrar de fantasía; pero saber poco y arriesgarse es voluntario precipicio. Téngase siempre a la mano derecha, que no puede faltar lo asentado. A poco saber, camino real; y a toda ley, tanto del saber como del ignorar, es más cuerda la seguridad que la singularidad.

    272. Vender las cosas a precio de cortesía, que es obligar más.

    Nunca llegará el pedir del interesado al dar del generoso obligado. La cortesía no da, sino que empeña, y es la galantería la mayor obligación. No hay cosa más cara para el hombre de bien que la que se le da: es venderla dos veces, y a dos precios, del valor y de la cortesía. Verdad es que para el ruin es algarabía la galantería, porque no entiende los términos del buen término.

    273. Comprehensión de los genios con quien trata: para conocer los intentos.

    Conocida bien la causa, se conoce el efecto, antes en ella y después en su motivo. El melancólico siempre agüera infelicidades, y el maldiciente culpas: todo lo peor se les ofrece, y no percibiendo el bien presente, anuncian el posible mal. El apasionado siempre habla con otro lenguaje diferente de lo que las cosas son; habla en él la pasión, no la razón. Y cada uno, según su afecto o su humor. Y todos muy lejos de la verdad. Sepa descifrar un semblante y deletrear el alma en los señales. Conozca al que siempre ríe por falto, y al que nunca por falso. Recátese del preguntador, o por fácil, o por notante. Espere poco bueno del de mal gesto, que suelen vengarse de la naturaleza estos, y así como ella los honró poco a ellos, la honran poco a ella. Tanta suele ser la necedad cuanta fuere la hermosura.

    274. Tener la atractiva: que es un hechizo políticamente cortés.

    Sirva el garabato galante más para atraer voluntades que utilidades, o para todo. No bastan méritos si no se valen del agrado, que es el que da la plausibilidad, el más práctico instrumento de la soberanía. Un caer en picadura es suerte, pero socórrese del artificio, que donde hay gran natural asienta mejor lo artificial. De aquí se origina la pía afición, hasta conseguir la gracia universal.

    275. Corriente, pero no indecente.

    No esté siempre de figura y de enfado; es ramo de galantería. Hase de ceder en algo al decoro para ganar la afición común. Alguna vez puede pasar por donde los más; pero sin indecencia, que quien es tenido por necio en público no será tenido por cuerdo en secreto. Más se pierde en un día genial que se ganó en toda la seriedad. Pero no se ha de estar siempre de excepción: el ser singular es condenar a los otros; menos, afectar melindres; déjense para su sexo: aun los espirituales son ridículos. Lo mejor de un hombre es parecerlo; que la mujer puede afectar con perfección lo varonil, y no al contrario.

    276. Saber renovar el genio con la naturaleza y con el arte.

    De siete en siete años dicen que se muda la condición: sea para mejorar y realzar el gusto. A los primeros siete entra la razón; entre después, a cada lustro, una nueva perfección. Observe esta variedad natural para ayudarla y esperar también de los otros la mejoría. De aquí es que muchos mudaron de porte, o con el estado, o con el empleo; y a veces no se advierte, hasta que se ve, el exceso de la mudanza. A los veinte años será pavón; a los treinta, león; a los cuarenta, camello; a los cincuenta, serpiente; a los sesenta, perro; a los setenta, mona; y a los ochenta, nada.

    277. Hombre de ostentación.

    Es el lucimiento de las prendas. Hay vez para cada una: lógrese, que no será cada día el de su triunfo. Hay sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar. Cuando la ostentativa se junta con la eminencia, pasa por prodigio. Hay naciones ostentosas, y la española lo es con superioridad. Fue la luz pronto lucimiento de todo lo criado. Llena mucho el ostentar, suple mucho y da un segundo ser a todo, y más cuando la realidad se afianza. El cielo, que da la perfección, previene la ostentación, que cualquiera a solas fuera violenta. Es menester arte en el ostentar: aun lo muy excelente depende de circunstancias y no tiene siempre vez. Salió mal la ostentativa cuando le faltó su sazón. Ningún realce pide ser menos afectado, y perece siempre de este desaire, porque está muy al canto de la vanidad, y ésta del desprecio. Ha de ser muy templada porque no dé en vulgar, y con los cuerdos está algo desacreditada su demasía. Consiste a veces más en una elocuencia muda, en un mostrar la perfección al descuido; que el sabio disimulo es el más plausible alarde, porque aquella misma privación pica en lo más vivo a la curiosidad. Gran destreza suya no descubrir toda la perfección de una vez, sino por brújula irla pintando, y siempre adelantando; que un realce sea empeño de otro mayor, y el aplauso del primero, nueva expectación de los demás.

    278. Huir la nota en todo.

    Que en siendo notados, serán defectos los mismos realces. Nace esto de singularidad, que siempre fue censurada; quédase solo el singular. Aun lo lindo, si sobresale, es descrédito; en haciendo reparar, ofende, y mucho más singularidades desautorizadas. Pero en los mismos vicios quieren algunos ser conocidos, buscando novedad en la ruindad para conseguir tan infame fama. Hasta en lo entendido lo sobrado degenera en bachillería.

    279. No decir al contradecir.

    Es menester diferenciar cuándo procede de astucia o vulgaridad. No siempre es porfía, que tal vez es artificio. Atención, pues, a no empeñarse en la una ni despeñarse en la otra. No hay cuidado más logrado que en espías, y contra la ganzúa de los ánimos no hay mejor contratreta que el dejar por dentro la llave del recato.

    280. Hombre de ley.

    Está acabado el buen proceder, andan desmentidas las obligaciones, hay pocas correspondencias buenas: al mejor servicio, el peor galardón, a uso ya de todo el mundo. Hay naciones enteras proclives al maltrato: de unas se teme siempre la traición; de otras, la inconstancia; y de otras, el engaño. Sirva, pues, la mala correspondencia ajena, no para la imitación, sino para la cautela. Es el riesgo de desquiciar la entereza a vista del ruin proceder. Pero el varón de ley nunca se olvida de quién es por lo que los otros son.

    281. Gracia de los entendidos.

    Más se estima el tibio sí de un varón singular que todo un aplauso común, porque regüeldos de aristas no alientan. Los sabios hablan con el entendimiento, y así su alabanza causa una inmortal satisfacción. Redujo el juicioso Antígono todo el teatro de su fama a solo Zenón, y llamaba Platón toda su escuela a Aristóteles. Atienden algunos a sólo llenar el estómago, aunque sea de broza vulgar. Hasta los soberanos han menester a los que escriben, y teman más sus plumas que las feas los pinceles.

    282. Usar de la ausencia: o para el respeto, o para la estimación.

    Si la presencia disminuye la fama, la ausencia la aumenta. El que ausente fue tenido por león, presente fue ridículo parto de los montes. Deslústranse las prendas si se rozan, porque se ve antes la corteza del exterior que la mucha sustancia del ánimo. Adelántase más la imaginación que la vista, y el engaño, que entra de ordinario por el oído, viene a salir por los ojos. El que se conserva en el centro de su opinión conserva la reputación; que aun la fénix se vale del retiro para el decoro, y del deseo para el aprecio.

    283. Hombre de inventiva a lo cuerdo.

    Arguye exceso de ingenio, pero )cuál será sin el grano de demencia? La inventiva es de ingeniosos; la buena elección, de prudentes. Es también de gracia, y más rara, porque el elegir bien lo consiguieron muchos; el inventar bien, pocos, y los primeros en excelencia y en tiempo. Es lisonjera la novedad, y si feliz, da dos realces a lo bueno. En los asuntos del juicio es peligrosa por lo paradojo; en los del ingenio, loable; y si acertadas, una y otra plausibles.

    284. No sea entremetido, y no será desairado.

    Estímese, si quisiere que le estimen. Sea antes avaro que pródigo de sí. Llegue deseado, y será bien recibido. Nunca venga sino llamado, ni vaya sino embiado. El que se empeña por sí, si sale mal, se carga todo el odio sobre sí; y si sale bien, no consigue el agradecimiento. Es el entremetido terrero de desprecios, y por lo mismo que se introduce con desvergüenza es tripulado en confusión.

    285. No perecer de desdicha ajena.

    Conozca al que está en el lodo, y note que le reclamará para hacer consuelo del recíproco mal. Buscan quien les ayude a llevar la desdicha, y los que en la prosperidad le daban espaldas, ahora la mano. Es menester gran tiento con los que se ahogan para acudir al remedio sin peligro.

    286. No dejarse obligar del todo, ni de todos, que sería ser esclavo y común.

    Nacieron unos más dichosos que otros, aquellos para hacer bien y estos para recibirle. Más preciosa es la libertad que la dádiva, porque se pierde. Guste más que dependan de él muchos que no depender él de uno. No tiene otra comodidad el mando sino el poder hacer más bien. Sobre todo, no tenga por favor la obligación en que se mete, y las más veces la diligenciará la astucia ajena para prevenirle.

    287. Nunca obrar apasionado: todo lo errará. No obre por sí quien no está en sí, y la pasión siempre destierra la razón.

    Sustituya entonces un tercero prudente, que lo será, si desapasionado: siempre ven más los que miran que los que juegan, porque no se apasionan. En conociéndose alterado, toque a retirar la cordura, porque no acabe de encendérsele la sangre, que todo lo ejecutará sangriento, y en poco rato dará materia para muchos días de confusión suya y murmuración ajena.

    288. Vivir a la ocasión.

    El gobernar, el discurrir, todo ha de ser al caso. Querer cuando se puede, que la sazón y el tiempo a nadie aguardan. No vaya por generalidades en el vivir, si ya no fuere en favor de la virtud, ni intime leyes precisas al querer, que habrá de beber mañana del agua que desprecia hoy. Hay algunos tan paradojamente impertinentes, que pretenden que todas las circunstancias del acierto se ajusten a su manía, y no al contrario. Mas el sabio sabe que el norte de la prudencia consiste en portarse a la ocasión.

    289. El mayor desdoro de un hombre es dar muestras de que es hombre.

    Déjanle de tener por divino el día que le ven muy humano. La liviandad es el mayor contraste de la reputación. Así como el varón recatado es tenido por más que hombre, así el liviano por menos que hombre. No hay vicio que más desautorice, porque la liviandad se opone frente a frente a la gravedad. Hombre liviano no puede ser de sustancia, y más si fuere anciano, donde la edad le obliga a la cordura. Y con ser este desdoro tan de muchos, no le quita el estar singularmente desautorizado.

    290. Es felicidad juntar el aprecio con el afecto: no ser muy amado para conservar el respeto.

    Más atrevido es el amor que el odio; afición y veneración no se juntan bien; y aunque, no ha de ser uno muy temido ni muy querido. El amor introduce la llaneza, y al paso que ésta entra, sale la estimación. Sea amado antes apreciativamente que afectivamente, que es amor muy de personas.

    291. Saber hacer la tentativa.

    Compita la atención del juicioso con la detención del recatado: gran juicio se requiere para medir el ajeno. Más importa conocer los genios y las propiedades de las personas que de las yerbas y piedras. Acción es esta de las más sutiles de la vida: por el sonido se conocen los metales y por el hablar las personas. Las palabras muestran la entereza, pero mucho más las obras. Aquí es menester el extravagante reparo, la observación profunda, la sutil nota y la juiciosa crisis.

    292. Venza el natural las obligaciones del empleo, y no al contrario.

    Por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona. Un caudal con ensanches vase dilatando y ostentando más con los empleos. Fácilmente le cogerán el corazón al que le tiene estrecho, y al cabo viene a quebrar con obligación y reputación. Preciábase el grande Augusto de ser mayor hombre que príncipe. Aquí vale la alteza de ánimo, y aun aprovecha la confianza cuerda de sí.

    293. De la madurez.

    Resplandece en el exterior, pero más en las costumbres. La gravedad material hace precioso al oro, y la moral a la persona. Es el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura del hombre es la fachada del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere la ligereza, sino una autoridad muy sosegada. Habla por sentencias, obra con aciertos. Supone un hombre muy hecho, porque tanto tiene de persona cuanto de madurez. En dejando de ser niño, comienza a ser grave y autorizado.

    294. Moderarse en el sentir.

    Cada uno hace concepto según su conveniencia, y abunda de razones en su aprehensión. Cede en los más el dictamen al afecto. Acontece el encontrarse dos contradictoriamente y cada uno presume de su parte la razón; mas ella, fiel, nunca supo hacer dos caras. Proceda el sabio con refleja en tan delicado punto; y así el recelo propio reformará la calificación del proceder ajeno. Póngase tal vez de la otra parte; examínele al contrario los motivos. Con esto, ni le condenará a él, ni se justificará a sí tan a lo desalumbrado.

    295. No hazañero, sino hazañoso.

    Hacen muy de los hacendados los que menos tienen para qué. Todo lo hacen misterio, con mayor frialdad: camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre fue enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas las hormiguillas del honor. Afecte menos sus mayores eminencias. Conténtese con hacer, y deje para otros el decir. Dé las hazañas, no las venda; ni se han de alquilar plumas de oro para que escriban lodo, con asco de la cordura. Aspire antes a ser heroico que a sólo parecerlo.

    296. Varón de prendas, y majestuosas. Las primeras hacen los primeros hombres.

    Equivale una sola a toda una mediana pluralidad. Gustaba aquel que todas sus cosas fuesen grandes, hasta las usuales alhajas. ¡Cuánto mejor el varón grande debe procurar que las prendas de su ánimo lo sean! En Dios todo es infinito, todo inmenso; así en un héroe todo ha de ser grande y majestuoso, de suerte que todas sus acciones, y aun razones, vayan revestidas de una trascendente grandiosa majestad.

    297. Obrar siempre como a vista.

    Aquel es varón remirado que mira que le miran o que le mirarán. Sabe que las paredes oyen y que lo mal hecho revienta por salir. Aun cuando solo, obra como a vista de todo el mundo, porque sabe que todo se sabrá; ya mira como a testigos ahora a los que por la noticia lo serán después. No se recataba de que le podían registrar en su casa desde las ajenas el que deseaba que todo el mundo le viese.

    298. Tres cosas hacen un prodigio, y son el don máximo de la suma liberalidad: ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo.

    Gran ventaja concebir bien, pero mayor discurrir bien, entendimiento del bueno. El ingenio no ha de estar en el espinazo, que sería más ser laborioso que agudo. Pensar bien es el fruto de la racionalidad. A los veinte años reina la voluntad, a los treinta el ingenio, a los cuarenta el juicio. Hay entendimientos que arrojan de sí luz, como los ojos del lince, y en la mayor oscuridad discurren más; haylos de ocasión, que siempre topan con lo más a propósito. Ofrecéseles mucho y bien: felicísima fecundidad. Pero un buen gusto sazona toda la vida.

    299. Dejar con hambre.

    Hase de dejar en los labios aun con el néctar. Es el deseo medida de la estimación; hasta la material sed es treta de buen gusto picarla, pero no acabarla. Lo bueno, si poco, dos veces bueno. Es grande la baja de la segunda vez: hartazgos de agrado son peligrosos, que ocasionan desprecio a la más eterna eminencia. Única regla de agradar: coger el apetito picado con el hambre con que quedó. Si se ha de irritar, sea antes por impaciencia del deseo que por enfado de la fruición: gústase al doble de la felicidad penada.

    300. En una palabra, santo, que es decirlo todo de una vez.

    Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio. La virtud es el sol del mundo menor, y tiene por hemisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de las gentes. No hay cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio. La virtud es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna. Ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre, le hace amable; y muerto, memorable.




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