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    Félix Lope de Vega y Carpio

    A mis soledades voy

    A mis soledades voy,
    de mis soledades vengo,
    porque para andar conmigo
    me bastan mis pensamientos.

    ¡No sé qué tiene la aldea
    donde vivo y donde muero,
    que con venir de mí mismo
    no puedo venir más lejos!

    Ni estoy bien ni mal conmigo;
    mas dice mi entendimiento
    que un hombre que todo es alma
    está cautivo en su cuerpo.

    Entiendo lo que me basta,
    y solamente no entiendo
    cómo se sufre a sí mismo
    un ignorante soberbio.

    De cuantas cosas me cansan.
    fácilmente me defiendo;
    pero no puedo guardarme
    de los peligros de un necio.

    El dirá que yo lo soy,
    pero con falso argumento,
    que humildad y necesad
    no caben en un sujeto.

    La diferencia conozco
    porque en él y en mí contemplo,
    su locura en su arrogancia,
    mi humildad en su desprecio.

    O sabe naturaleza
    más que supo en otro tiempo,
    o tantos que nacen sabios
    es porque lo dicen ellos.

    Sólo sé que no sé nada,
    dixo un filósofo, haciendo
    la cuenta con su humildad,
    adonde lo más es menos.

    No me precio de entendido,
    de desdichado me precio,
    que los que no son dichosos,
    ¿cómo pueden ser discretos?

    No puede durar el mundo,
    porque dicen, y lo creo,
    que suena a vidrio quebrado
    y que ha de romperse presto.

    Señales son del jüicio
    ver que todos le perdemos,
    unos por carta de más
    otros por carta de menos.

    Dijeron que antiguamente
    se fue la verdad al cielo;
    tal la pusieron los hombres
    que desde entonces no ha vuelto.

    En dos edades vivimos
    los propios y los ajenos:
    la de plata los extraños
    y la de cobre los nuestros.

    ¿A quién no dará cuidado,
    si es español verdadero,
    ver los hombres a lo antiguo
    y el valor a lo moderno?

    Dixo Dios que comería
    su pan el hombre primero
    con el sudor de su cara
    por quebrar su mandamiento,

    y algunos inobedientes
    a la vergüenza y al miedo,
    con las prendas de su honor
    han trocado los efectos.

    Virtud y filosofía
    peregrinan como ciegos;
    el uno se lleva al otro,
    llorando van y pidiendo.

    dos polos tiene la tierra,
    universal movimientos;
    la mejor vida el favor,
    la mejor sangre el dinero.

    Oigo tañer las campanas,
    y no me espanto, aunque puedo,
    que en lugar de tantas cruces
    haya tantos hombres muertos.

    Mirando estoy los sepulcros
    cuyos mármoles eternos
    están diciendo sin lengua
    que no lo fueron sus dueños.

    ¡Oh, bien haya quien los hizo,
    porque solamente de ellos
    de los poderosos grandes
    se vengaron los pequeños!

    Fea pintan a la envidia,
    yo confieso que la tengo
    de unos hombres que no saben
    quién vive pared en medio.

    Sin libros y sin papeles,
    sin tratos, cuentas ni cuentos,
    cuando quieren escribir
    piden prestado el tintero.

    Sin ser pobres ni ser ricos,
    tienen chimenea y huerto;
    no los despiertan cuidados,
    ni pretensiones, ni pleitos.

    Ni murmuraron del grande,
    ni ofendieron al pequeño;
    nunca, como yo, afirmaron
    parabién, ni pascual dieron.

    Con esta envidia que digo
    y lo que paso en silencio,
    a mis soledades voy,
    a mis soledades vengo.




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