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    José de Espronceda

    A la patria

    ¡Cuán solitaria la nación que un día
    Poblara inmensa gente,
    La nación cuyo imperio se extendía
    Del Ocaso al Oriente!
    ¡Lágrimas viertes, infeliz ahora,
    Soberana del mundo,
    Y nadie de tu faz encantadora
    Borra el dolor profundo!
    Oscuridad y luto tenebroso
    En ti vertió la muerte,
    Y en su furor el déspota sañoso
    Se complació en tu suerte.
    No perdonó lo hermoso, patria mía;
    Cayó el joven guerrero,
    Cayó el anciano, y la segur impía
    Manejó placentero.
    So la rabia cayó la virgen pura
    Del déspota sombrío,
    Como eclipsa la rosa su hermosura
    En el sol del estío.
    ¡Oh vosotros, del mundo habitadores,
    Contemplad mi tormento!
    ¿Igualarse podrán ¡ah! qué dolores
    Al dolor que yo siento?
    Yo desterrado de la patria mía,
    De una patria que adoro,
    Perdida miro su primer valía
    Y sus desgracias lloro.
    Hijos espúreos y el fatal tirano
    Sus hijos han perdido,
    Y en campo de dolor su fértil llano
    Tienen ¡ay! convertido.
    Tendió sus brazos la agitada España,
    Sus hijos implorando;
    Sus hijos fueron, mas traidora saña
    Desbarató su bando.
    ¿Qué se hicieron tus muros torreados?
    ¡Oh mi patria querida!
    ¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
    Tu espada no vencida?
    ¡Ay! de tus hijos en la humilde frente
    Está el rubor grabado;
    A sus ojos caídos tristemente
    El llanto está agolpado.
    Un tiempo España fue: cien héroes fueron
    En tiempos de ventura,
    Y las naciones tímidas la vieron
    Vistosa en hermosura.
    Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
    Su frente se elevaba;
    Como el trueno a la virgen amedrenta,
    Su voz las aterraba.
    Mas ora, como piedra en el desierto,
    Yaces desamparada,
    Y el justo desgraciado vaga incierto
    Allá en tierra apartada.
    Cubren su antigua pompa y poderío
    Pobre yerba y arena,
    Y el enemigo que tembló a su brío
    Burla y goza en su pena.
    Vírgenes, destrenzad la cabellera
    Y dadla al vago viento;
    Acompañad con arpa lastimera
    Mi lúgubre lamento.
    Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares,
    Lloremos duelo tanto.
    ¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares?
    ¿Quién secará tu llanto?


    Londres 1829




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