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    José Marchena

    A cuatro hermanas

    La villana avaricia, el insaciable
    amor del mando y del poder supremo
    las bajas tierras oprimido habían;
    abrumados gemían
    los hombres bajo el cetro intolerable,
    y del dolor en el violento extremo
    los dioses invocaban,
    que sordos a sus ruegos se mostraban.
    Amor, tú consolaste
    la humanidad; tú su deshecho llanto
    piadoso le enjugaste,
    trocando en alegría su quebranto.
    Tú las cuatro Beldades
    formaste a hermosear mi patrio suelo;
    la belleza les diste de deidades
    moradoras del Cielo.
    Por ellas ha tornado,
    por ellas el placer al mundo; humean
    por ellas los altares,
    do sacrifica el pueblo enamorado
    en el templo de Amor, y de cantares
    amantes la armonía
    hinche el templo de dulce melodía.
    ¿El poder, la riqueza,
    qué valen comparados
    con el placer que ofrece la belleza?
    Que los mortales son más desdichados
    cuanto más de natura desviados.
    Apolo: si otro tiempo penetrante
    flecha de amor te hirió, si la inhumana
    Dafne adoraste en vano, si en pos de ella
    montes y valles recorriste amante,
    en vano reprehendiéndote Diana,
    templa para cantar ninfa más bella
    la cítara dorada,
    derrama en mis cantares tal dulzura,
    que la suprema gracia y la hermosura
    sea en ellos dignamente celebrada.
    Canta tú los sencillos
    juguetes, los placeres inocentes
    que a la bella Francisca la ocupaban
    en su primera edad. Mil amorcillos
    ya entonces preparaban
    el sonante carcaj y flecha ardiente.
    ¡Oh tiempo! ¿Dónde por mi mal te has ido?
    Dulce satisfacción de la inocencia,
    ¡ay! cuán más deliciosa que el mentido
    placer del mundo y que la falsa ciencia!
    Canta de Madalena la belleza;
    las gracias de la hermosa Catalina,
    de Alcinda la viveza,
    el sabroso reír, la habla divina,
    y su mirar que el pecho de diamante
    torna de blanda cera en un instante.
    Diosa de los amores,
    ¡oh Venus! si ser quieres festejada
    del bando de amadores,
    pon aquí tu morada,
    aquí do está aguzando eternamente
    Amor sangriento la saeta ardiente.
    Y yo desesperado
    de pintar tal belleza
    doy fin al tosco canto,
    que nunca fue a mi humilde Musa dado
    elevarse a la alteza
    que pide Apolo para empeño tanto.




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