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    José María Gabriel y Galán

    Un Don Juan

    Amo, de aquella cuestión
    de ayer, pues ya me atreví,
    -¡Gracias a Dios, cobardón!
    ¿Y qué te dijo?
    que sí.


    -¿Ves, Jenaro? Si te dejo
    no llegas nunca a animarte
    y te me mueres de viejo
    con las ganas de casarte.

    Me gusta la valentía.
    Y la lengua, ¿se enredó?
    -Pues, mire usted, yo creía
    que iba a ser más; pero no.

    Y eso que al dir a empezar,
    por mucho que porfié,
    pues no me pude acordar
    del emprencipio de usté.

    -¡Por vida de!... ¿Y qué jinojos
    hiciste entonces, Jenaro?
    -Pues, nada, cerrar los ojos
    y dir p'adelante.
    -¡Pues claro!

    Cuando se ignora, se inventa.
    -¡Pues ese fue el aquél mío!
    Me tuve que echar la cuenta
    que se echa el hombre perdío,

    y como un eral cerril
    arremetí con alientos,
    porque ya, preso por mil...
    pues preso por mil quinientos.

    No es más que mientras se empieza.
    Yo cuantis que me corté,
    pues na más de mi cabeza
    cuasi todo lo saqué.

    -¡Bien hecho! ¿Y le gustaría
    bastante más que lo mío?
    -Yo le dije asín: «María:
    dirás que a qué habré venío».

    -¿Y qué te dijo?
    Que hablara.
    Ella abajó la cabeza
    y se le puso la cara
    lo mesmo que una cereza.

    A mí también se me ardía,
    la verdá se ha de decir;
    pero le dije: «María:
    ¿sabrás que tengo un sentir?»

    -¡Bien dicho! ¿Y no te comieron
    porque hiciste esa pregunta?
    -No, pero se me pusieron
    todos los pelos de punta.

    Yo cuasi que no veía,
    la verdá se ha de decir;
    pero le dije: «María:
    sabrás que tengo un sentir.»

    Cuasi que me han obligao
    -le dije- a venir acá,
    que yo bien retuso he estao
    por mó de la cortedá;

    pero el amo que sabía
    mi sentir, pues ayer tarde
    mesmamente, me decía:
    «Jenaro, ¡no seas cobarde!

    La moza es poco fiestera
    y poco aparentadora,
    y no es moza ventanera
    y es árdiga y vividora.

    Y luego, es bien parecía,
    y es callaíta y prudente,
    y es honesta y recogía
    y viene de buena gente...

    Anda con ella, comienza
    mañana a la noche a dir,
    que a cuenta de la vergüenza
    te la dejas escurrir...»

    Pues sobre aquello volviendo
    del sentir que te decía,
    sabrás que te estoy quisiendo
    ya hace tres años, María.

    Siempre he andao negativo
    dejándolo pa dispués,
    y na más es a motivo
    de lo corto que uno es.

    Y asín me estaba, me estaba,
    aguantándome el sentir,
    a ver si se me pasaba,
    la verdá se ha de decir.

    Y hate cuenta que cada año
    pues más me reconcomía,
    hasta que ya dije hogaño:
    ¡Habrá que estar con María!

    Porque en habiendo un querer,
    la verdá se ha de decir,
    ni cuasi puedes comer
    ni cuasi puedes dormir.

    Y no es el decir que uno
    esté encitando el pensar,
    porque yo creo que nenguno
    quedrá siempre asín estar.

    Es na más que te aficionas
    y que pierdes la chaveta
    en cuantis que una persona
    por los ojos se te meta.

    Y que ya nadie te apea
    ni te hace volver atrás
    y llevas aquella idea
    por andiquiera que vas.

    Pues un querer derechero
    como el corazón te ablande,
    es igual que un abujero:
    cuanti más le hurgas, más grande.

    -¡Caramba! ¡Muy bien, Jenaro!
    Y ella entonces te diría...
    -A lo primero, pues claro,
    dijo que ya se vería.

    Pero dispués, ya ve usté,
    la gente se va atreviendo.
    Yo le dije: «Volveré»
    Y ella me dijo: «Vay viniendo».

    -Vamos, sí, que habrá casorio.
    -De eso entá no hemos tratao.
    Sólo el parlárselo..., ¡corio!,
    ¡más vergüenza me ha costao...!




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