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    Juan Eugenio Hartzenbusch

    La joya milagrosa

    Hay, según los navegantes,
    allá lejos un país,
    cuyos pobres habitantes
    andan a todos instantes
    con sus bienes en un tris.
    Ya un espantoso huracán
    hace en la cosecha riza,
    ya sepultura le dan
    las piedras, lava y ceniza
    de un repentino volcán.
    Los de ilustre jerarquía
    y los míseros gañanes,
    todos viven entre afanes,
    recelando cada día
    terremotos y huracanes.
    Para auxilio en tales daños,
    entrega el común señor
    allí a cada morador,
    ya desde sus tiernos años,
    una joya de valor.
    Y tales prodigios obra
    la joya a los niños dada,
    que con ella todo sobra,
    y sin ella no se cobra,
    de lo que se pierde, nada.
    Sin embargo, aquella gente
    se echa tanto el alma atrás,
    que es la cosa más frecuente
    perder la joya excelente,
    y no recobrarla más.
    Causará sin duda espanto
    su locura; pero ¡qué!
    ¿Nada igual aquí se ve?
    ¿No hacen muchos otro tanto
    con la joya de la fe?
    Y sus luces, en verdad,
    son las que nos guían solas
    a puerto de claridad
    en la noche y en las olas
    de la ruda adversidad.




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