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    Juan Meléndez Valdés

    A una fuente

    ¡Oh, cómo en tus cristales,
    fuentecilla risueña,
    mi espíritu se goza,
    mis ojos se embelesan!

    Tú de corriente pura,
    tú de inexhausta vena,
    transparente te lanzas
    de entre esa ruda peña,

    do a tus linfas fugaces
    salida hallando estrecha,
    murmullante te afanas
    en romper sus cadenas,

    y bullendo y saltando,
    las menudas arenas
    afanosa divides
    que tus pasos enfrenan,

    hasta que los hervores
    reposada sosiegas
    en el verde remanso
    que te labras tú mesma.

    Allí aun más cristalina
    a un espejo semejas
    do se miran las flores
    que galanas te cercan.

    Con su plácida sombra
    tu frescura conserva
    el nogal que pomposo
    de tu humor se alimenta,

    y en sus móviles hojas
    el susurro remeda
    de tus ondas volubles
    que al bajar se atropellan.

    En ti las avecillas
    su sed árida templan,
    sus plumas humedecen,
    jugando se recrean.

    Cuando abrasado sirio
    aflige más la tierra
    y el mediodía ardiente
    su faz al mundo ostenta,

    en ti grata frescura
    y amable sueño encuentra
    el laso caminante,
    que tu raudal anhela.

    Su benigna corriente
    el seno refrigera,
    la salud fortifica,
    repara las dolencias.

    En las almas alegres
    el júbilo acrecienta,
    y al que llora angustiado
    le adormece las penas.

    ¡Oh!, nunca, fuente clara,
    nunca menguados veas
    los copiosos cristales
    que tus márgenes llenan.

    Nunca turbios la planta
    del ganado los vuelva,
    ni el pintado lagarto,
    ni la ondosa culebra.

    Nunca próvida ceses
    en los giros y vueltas
    con que mansa discurres
    fecundando la vega,

    mas alegre acompañes
    murmullando parlera
    de mi lira los trinos,
    de mi labio las letras.




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