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    Pedro Calderón de la Barca

    A la muerte

    Décimas


    ¡Oh tú, que estás sepultado
    en el sueño del olvido,
    si para tu bien dormido,
    pata tu mal desvelado!
    Deja el letargo pesado,
    despierta un poco, y advierte
    que no es bien que desa suerte
    duerma, y haga lo que hace
    quien está desde que nace
    en los brazos de la muerte.


    Da lugar al pensamiento
    para que discurra, y veas
    y que lo más que tú deseas
    no es más que soplo de viento.
    No labres sin fundamento
    máquinas de vanidad,
    pues la mayor majestad
    en un sepulcro se encierra,
    donde dice, siendo tierra:
    «Aquí vive la verdad...


    Mira cómo pasó ayer,
    veloz como tantos años:
    evidentes desengaños
    del limitado poder.
    Lo que fue dejó de ser,
    y no quedó dello más
    del ha sido: tú, que vas
    por este mundo inconstante,
    mira que el que va adelante
    avisa al que va detrás.


    La corona y la tiara
    que tanto el mundo estimó
    ¿qué se hizo?, ¿en qué paró
    sino en lo que todo para?
    ¡Oh mano del mundo avara!
    Si tanto bien nos limitas,
    ¿para qué, di, nos incitas
    a aspirar a más y más,
    si lo que despacio das
    tan de prisa nos lo quitas?


    Si te engaña el propio amor
    para que no veas el daño,
    la muerte, que es desengaño,
    sirva de despertador.
    Hoy nace la tierna flor
    y hoy su curso se termina;
    todo a la muerte camina:
    la estatua del más bizarro,
    como está fundada en barro,
    la deshace cualquier china.


    ¿En qué piensas o a qué aspiras
    cuando tras tu gusto vas,
    pues dél no te queda más
    que enemigos que conspiras?
    Si es que adelante no miras,
    mira la vida pasada,
    que si en tan corta jornada
    lo más pasa desa suerte,
    hasta llegar a la muerte,
    ¿qué te queda? Poco o nada.


    Desde el nacer al morir
    casi se puede dudar
    si el partir es el parar,
    o el parar es el partir.
    Tu carrera has de seguir:
    y pues con tal brevedad
    pasa la más larga edad,
    ¿cómo duermes y no ves
    que lo que aquí un soplo es
    es allá una eternidad?


    Mira el tiempo volador
    cómo pasa, y considera
    cómo va tras la carrera
    desde el menor al mayor.
    El esclavo y el señor
    corren parejas iguales,
    que como nacen mortales,
    iguales van a la hoya,
    de cuya deshecha Troya
    aún no quedan la señales.


    La juventud más lozana
    ¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
    Todo el tiempo lo deshizo
    y anocheció su mañana,
    la muerte siempre es temprana
    y no perdona a ninguno:
    goza del tiempo oportuno,
    granjea con tu talento,
    que aquí dan uno por ciento
    y allí dan ciento por uno.


    ¿Qué eternidades te ofrece
    la más dilatada vida,
    pues que apenas es venida
    cuando se desaparece?
    Hoy piensas que te amanece
    y es el día de tu ocaso.
    ¡Término breve y escaso!
    Mas ¿qué mucho, si volando
    te va la muerte buscando
    cuando tú vas paso a paso?


    La dama más celebrada,
    lazo en que todos cayeron,
    ella y ellos, di, ¿qué fueron
    sino tierra, polvo y nada?
    ¡Oh limitada jornada,
    oh frágil naturaleza!
    La humildad y la grandeza
    todo en nada se resuelve:
    es de tierra y a ella vuelve,
    y así, acaba en lo que empieza.


    ¿De qué te sirve anhelar,
    por tener y más tener,
    si eso en tu muerte ha de ser
    fiscal que te ha de acusar?
    Todo acá se ha de quedar;
    y pues no hay más que adquirir
    en la vida que el morir,
    la tuya rige de modo,
    pues está en tu mano todo,
    que mueras para vivir.




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