Edición Española
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    Adelardo López de Ayala

    Los dos artistas

    A mi amigo D. Serafín Adame y Muñoz

    Introducción

    ¡Salud, Genio, salud! Yace la muerte
    a tus plantas llorando tu victoria...
    ¡Quiero en la tierra padecer tu suerte,
    por alcanzar tu deslumbrante gloria!

    Es el artista un sol que se levanta
    sobre el mundo, y eterno resplandece;
    en la virtud su lumbre, se abrillanta
    y en el rostro del crimen se ennegrece.

    Y allá en el trono cuya lumbre pura
    los seres engalana y hermosea,
    descorre el velo a la celeste altura,
    para que el mundo a su Monarca vea.

    Genio, ¿por qué, si condición tan alta
    a un nuncio de los cielos te asemeja,
    sólo a tu triste corazón le falta
    la luz que el mismo en los demás refleja?...

    En ese mundo que a tus pies se agita,
    gloria tan sólo alcanzará tu nombre;
    porque morir el hombre necesita
    para ser estimado por el hombre.

    Mas ¿tú eres hombre? No, que en tu memoria
    hay un mundo, que el mundo no te inspira...
    Tal vez has visto la ignorada Gloria,
    y por gozarla tu ambición suspira.

    Tal vez eres un ángel soberano
    que alzaste al trono de tu Dios las alas,
    y, por castigo de tu orgullo insano,
    ¡Él te arrojó de las empíreas salas!

    Así en el mundo arrastras con despecho
    el orgullo de un ángel en tu mente,
    de un Edén las memorias en tu pecho,
    de un Dios los anatemas en tu frente.

    Pero, si el mundo a padecer te lanza
    de tu altivez el sin igual castigo,
    ¡abre tu corazón a la esperanza,
    que al fin el cielo se unirá contigo!

    Pues de ese Dios que con su ardiente vista
    orbes suspensos a sus pies mantiene,
    la noble mente del sublime artista
    es el palacio que en el mundo tiene.

    ¡Águila real! Tu cárcel es en vano;
    sabrás romperla con tu pico de oro,
    y el mismo Dios te tenderá su mano
    para que vuelvas a su regio coro.

    ¡Y al mundo vil de condición tirana,
    que hoy con desprecio mofador te nombra,
    desde el empíreo lo verás mañana
    en una piedra venerar tu sombra!

    I : El pintor

    ¿Adónde vas, Trovador?
    Ven y siéntate a mi lado;
    y, al poniente resplandor,
    admirarás del Pintor
    el bello mundo ignorado.

    Faltóme un rayo de lumbre,
    pedíselo al horizonte;
    y el sol, contra su costumbre,
    se para sobre la cumbre
    de aquel orgulloso monte.

    Sombras... me las presta el suelo,
    colores... la luz del día,
    y sólo del limpio cielo
    copio el cándido modelo
    de mi doliente MARÍA.

    ¡Contempla mi cuadro! ¡Mira!...
    y, al ver que un Dios complaciente
    mi tosco Pincel inspira,
    tal vez arrojes tu lira
    al fondo de ese torrente.

    ¿Pudieras hacer más cierto
    ese dolor que retrata
    la Virgen, que siente yerto
    al que por salvar ha muerto
    el linaje que lo mata?

    ¡Altiva también, poeta,
    mi frente a los cielos mira!
    ¡La eternidad me respeta!...
    Que hay mundos en mi paleta
    tan grandes como en tu lira.

    Si quieres, vate español,
    cantar, que tu acento blando
    siga deteniendo el sol,
    porque a su puro arrebol
    siga mi pincel pintando...
    ..........................................

    II : El poeta

    Nuestro sol otros mundos engalana...
    Y va con él, de nuestra pobre vida
    una esperanza, que traerá mañana
    en desengaño acerbo convertida.

    ¡Genio del bien, monarca moribundo!
    ¡No más tu luz con las tinieblas luche!
    ¡Huye al abismo, porque calle el mundo
    y a mí tan sólo tu creador escuche!

    En nombre de la tierra, a su palacio
    quiero elevar mi lúgubre plegaria,
    y ahuyentar con mi acento del espacio
    los genios de la noche solitaria.

    Escucha ¡oh Dios!; que mundanal despecho
    no es el que sólo mi cantar inspira:
    ¡Ahora las fibras del humano pecho
    las cuerdas son de mi doliente lira!

    Inquieto el hombre, de esperar cansado,
    en las tinieblas de la duda gime...
    ¿Cuándo será el instante deseado
    que rompas tú la cárcel que lo oprime?

    ¿Cuándo iremos a ti, sin que nos quede
    otro mundo debajo de tus huellas;
    mundo agitado, que llorando ruede
    y turbe nuestro bien con sus querellas?

    La luz espira... Si padece tanto
    y, porque vive, el hombre es infelice,
    ¡apaga el sol, y bajo el negro manto
    el sueño de la nada se eternice!

    Y si tu gloria vidas necesita,
    ¡en ese sol que acaba su carrera
    mire mañana el universo escrita
    Señal alguna que le diga «Espera...!»

    ¡Inútil lamentar!... ¡Tormento impío!
    Todo gira a mi canto indiferente.
    Antes el hombre de nacer, Dios mío,
    ¿qué grave culpa cometió en tu mente?...

    ¡Dios!, me responden los espacios huecos
    ¡¡Dios!!, me repite el huracán bramando...,
    y de su nombre los solemnes ecos
    dentro de mí se quedan resonando...

    ¡Calla, mundo infeliz! Teme que estalle
    contra nosotros la celeste ira,
    y yo también, para que siempre calle,
    sobre la fuente romperé mi lira.

    Esos lamentos que angustiado exhalas
    guárdalos ¡ay! con tu dolor profundo...
    ¡Genios del mal, estremeced las alas!
    ¡Venid, genios, venid; vuestro es el mundo!

    Dijo: su frente abismada
    cayó en el pecho abatido;
    y a moverse no es osada,
    temiendo hallar la mirada
    del justo Dios ofendido.

    El Pintor, que delirante
    lo escuchaba, con denuedo:
    -«¡Canta!, le dice anhelante,
    poniendo en su frente el dedo,
    porque su rostro levante.

    ¡Canta, canta; que te anime
    otra vez tu frenesí;
    que el mundo que a tus pies gime
    con ese canto sublime
    lo levantas hasta ti!

    Trovador, que has conmovido
    mi corazón con tu anhelo,
    ¿en ese canto sentido,
    lloras un cielo perdido,
    o quieres ganar un cielo?

    Tal vez el son de tu lira
    melancólico y profundo
    el mismo Creador lo inspira,
    y por tu boca suspira
    las desgracias de su mundo.

    ¿Es lamentar tu destino
    del hombre los padeceres?
    ¿Qué buscas? ¿Dó vas? ¿Qué quieres?
    Cántame tu ser divino,
    que quiero saber quién eres.

    ¿Ves la corona que ufano
    tiene mi ángel inocente?
    ¡Pues yo en mi delirio insano
    la arrancaré de su mano
    para ponerla en tu frente!»

    Sacudió su cabellera
    el vate en su desvarío,
    contemplando la alta esfera,
    como el águila altanera
    mide el inmenso vacío.

    Tal vez un Dios no ha encontrado
    más allá del firmamento,
    y en su despecho violento
    él mismo se ha proclamado
    por Dios en su pensamiento.

    El sol sus tibias centellas
    ha ocultado ya en el mar
    y más balas y más bellas
    aparecen las estrellas,
    para mejor escuchar.

    Silenciosa el agua gira
    sobre arenas de topacios,
    y al blando son de la lira,
    melancólica suspira
    el alma de los espacios.

    Auméntase la emoción
    del trovador sin fortuna,
    y prosigue su canción,
    brillando de inspiración
    a los rayos de la luna.

    Digno reflejo de mi luz, Artista,
    ¿quieres saber mi condición? La ignoro.
    Sólo sé que hay un cielo ante mi vista,
    y entre mis manos un laúd sonoro.

    Para mí resplandece el sol brillante,
    para mí las estrellas resplandecen;
    mío es el mundo y porque yo las cante
    las ondas de la mar se ensoberbecen.

    Y yo, lo mismo que el Creador supremo,
    alzo los héroes de su pobre huesa,
    y maldigo la frente del blasfemo,
    y doy consuelo a la virtud opresa.

    Sonó mi voz. Generación dormida,
    siglos pasados, muertos universos;
    si allá en la nada suspiráis por vida,
    ¡venid, sonad en mis sentidos versos!

    Versos que son mi alcázar soberano,
    alcázar cuyo rey es el Poeta...
    ¡Cuanto escribe en sus mármoles mi mano,
    con emoción la eternidad respeta!

    Creo en el Dios que en la celeste cumbre
    rodar los mundos a sus plantas mira;
    porque los rayos de su eterna lumbre
    reflejan en las cuerdas de mi lira.

    Y aun ese Dios, a mi solemne canto
    le debe parte de sus altas glorias...
    ¡No se admiraran por los hombres tanto,
    si el vate no cantara las victorias!

    Es mi asiento la tierra estremecida;
    corona de mi frente es el espacio;
    la vida de los tiempos es mi vida;
    la memoria del hombre mi palacio.

    III

    Dijo. -El Pintor, conmovido,
    miró a su alrededor en vano,
    sintiendo que de su mano
    el pincel se había caído...

    Y entonces vio que el torrente,
    que a sus plantas murmuraba,
    despacio se lo llevaba
    en su límpida corriente.




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