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    Ángel de Saavedra

    Con once heridas mortales

    Con once heridas mortales,
    hecha pedazos la espada,
    el caballero sin aliento
    y perdida la batalla,
    manchado de sangre y polvo,
    en noche oscura y nublada,
    en Ontígola vencido
    y deshecha mi esperanza,
    casi en brazos de la muerte
    el laso potro aguijaba
    sobre cadáveres yertos
    y armaduras destrozadas.

    Y por una oculta senda
    que el Cielo me depara,
    entre sustos y congojas
    llegar logré a Villacañas.

    La hermosísima Filena,
    de mi desastre apiadada,
    me ofreció su hogar, su lecho
    y consuelo a mis desgracias.

    Registróme las heridas,
    y con manos delicadas
    me limpió el polvo y la sangre
    que en negro raudal manaban.

    Curábame las heridas,
    y mayores me las daba;
    curábame el cuerpo,
    me las causaba en el alma.

    Yo, no pudiendo sufrir
    el fuego en que me abrazaba,
    díjele; "Hermosa Filena,
    basta de curarme, basta.

    Más crueles son tus ojos
    que las polonesas lanzas:
    ellas hirieron mi cuerpo
    y ellos el alma me abrasan.

    Tuve contra Marte aliento
    en las sangrientas batallas,
    y contra el rapaz Cupido
    el aliento ahora me falta.

    Deja esa cura, Filena;
    déjala, que más me agrabas;
    deja la cura del cuerpo,
    atiende a curarme el alma".




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