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    Fray Luis de León

    A Francisco Salinas

    El aire se serena
    y viste de hermosura y luz no usada,
    Salinas, cuando suena
    la música extremada
    por vuestra sabia mano gobernada.

    A cuyo son divino
    mi alma, que en olvido está sumida,
    torna a cobrar el tino
    y memoria perdida
    de su origen primero esclarecida.

    Y como se conoce,
    en suerte y pensamientos se mejora;
    el oro desconoce
    que el vulgo ciego adora,
    la belleza caduca engañadora.

    Traspasa el aire todo
    hasta llegar a la más alta esfera,
    y oye allí otro modo
    de no perecedera
    música, que es de todas la primera.

    Ve cómo el gran maestro
    a aquesta inmensa cítara aplicado,
    con movimiento diestro
    produce el son sagrado
    con que este eterno templo es sustentado.

    Y como está compuesta
    de números concordes, luego envía
    consonante respuesta,
    y entrambos a porfía
    mezclan una dulcísima armonía.

    Aquí el alma navega
    por un mar de dulzura, y finalmente
    en él así se anega,
    que ningún accidente
    extraño o peregrino oye o siente.

    ¡Oh desmayo dichoso!
    ¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
    ¡Durase en tu reposo
    sin ser restituido
    jamás a aqueste baxo y vil sentido!

    A este bien os llamo,
    gloria del apolíneo sacro coro,
    amigos, a quien amo
    sobre todo tesoro,
    que todo lo demás es triste lloro.

    ¡Oh! Suene de contino,
    Salinas, vuestro son en mis oídos,
    por quien al bien divino
    despiertan los sentidos,
    quedando a lo demás adormecidos.




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