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    José Marchena

    A Chabanó

    Las humildes mansiones
    desaparecen del linaje humano,
    y las nubes preñadas
    mis plantas huellan: lejos ¡oh profano
    vulgo! a ti no son dadas
    las sagradas armónicas canciones
    oír que Apolo inspira,
    no el oír los tonos de la acorde lira.

    Rásgase el mortal velo,
    que al hombre siempre encubre tenebroso
    los sublimes arcanos,
    que intenta en vano escudriñar curioso;
    y a ti, Chabanó, en manos
    de la sabia Minerva, al alto cielo
    arrebatado veo,
    cual lo fuera en otro tiempo Prometeo.

    Las leyes de natura
    sublimes y sencillas, ilustrado
    con la antorcha Febea
    la Diosa ante tus ojos ha mostrado;
    cómo una misma sea
    la que del monte en la caverna escura
    forma el oro y contiene
    los mundos que en sus órbitas retiene.

    El oro apetecido,
    que guerra y muertes trujo a los mortales
    y que escondiera en vano
    la tierra en sus entrañas: ya los males,
    la codicia, el insano
    furor a luz se muestran, del sumido
    pozo con él parecen;
    inocencia y candor desaparecen.

    El mercader las naves
    avaro apresta; el Aquilón sañudo
    en vano se embravece,
    y las olas del mar azota crudo;
    el oro que se ofrece
    a su esperanza busca y las suaves
    playas trueca cuidoso
    por el mar alterado y borrascoso.

    No así bajo el reinado
    del buen Saturno; que en inalterable
    paz el mundo vivía,
    y la doncella tímida y amable
    su favor concedía
    por premio de sus ansias a su amado;
    mas ora la riqueza
    ¡oh mengua! compra y goza la belleza.




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